El amanecer se alzó sobre el Reino de las Sombras con un resplandor frío, casi metálico.
Las montañas, envueltas en niebla, parecían observar en silencio la actividad que bullía en los patios del castillo: soldados preparando caballos, herreros ajustando armaduras, mensajeros corriendo entre las torres con órdenes selladas.
Era el día de la partida hacia el sur.
El día en que Lucian Stormborne debía dejar atrás, al menos por un tiempo, la seguridad del castillo… y a la mujer que le había robado el corazón.
Desde los ventanales del ala este, Lyanna observaba el movimiento del patio. Su respiración se entrecortaba con cada sonido metálico que provenía desde abajo: el entrechocar de las espadas, el relincho de los corceles de guerra, las voces de mando de los capitanes.
El viento frío le alborotaba el cabello, pero ella no se movía.
Detrás de ella, Risa entró en silencio, llevando entre las manos una capa de viaje.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo con suavidad—. No has dormido nada,