Noelia
Me desperté empapada en sudor, con las sábanas enredadas entre mis piernas y la respiración agitada. Era la tercera noche consecutiva que soñaba con Aidan. No eran pesadillas, sino todo lo contrario: sueños tan vívidos y sensuales que al despertar sentía vergüenza de mí misma.
Me incorporé en la cama y miré el reloj: las 3:17 de la madrugada. Mi cuerpo ardía como si tuviera fiebre, pero sabía que no estaba enferma. Era algo diferente, una sensación que nunca había experimentado antes. Como si mi piel anhelara un contacto específico, como si mis células recordaran algo que mi mente intentaba olvidar.
Caminé hasta el baño y me mojé la cara con agua fría. Al levantar la vista hacia el espejo, apenas reconocí a la mujer que me devolvía la mirada. Tenía las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes, casi febriles. Parecía... diferente. No podía explicarlo, pero algo había cambiado en mí desde aquel encuentro con Aidan en el bosque.
—Es solo estrés —me dije en voz alta, pero ni yo mism