Noelia
La noche caía sobre el bosque mientras yo permanecía sentada en el porche de la cabaña, envuelta en una manta que olía a Aidan. El cielo se teñía de tonos violáceos y anaranjados, pero la belleza del atardecer no lograba calmar la tormenta que se desataba en mi interior.
Tres días habían pasado desde el ataque. Tres días desde que vi a Aidan transformarse por completo frente a mis ojos para protegerme. Tres días intentando procesar que ahora estaba en el centro de una guerra entre manadas que se remontaba a generaciones atrás.
El sonido de pasos sobre las hojas secas me alertó. No necesitaba girarme para saber que era él.
—Deberías estar dentro —dijo Aidan con voz grave, colocándose a mi lado—. Hace frío.
—Necesitaba aire —respondí sin mirarlo—. Necesitaba pensar.
Aidan se sentó junto a mí en los escalones del porche. Su calor corporal, siempre varios grados por encima del de un humano normal, creaba una burbuja de calidez a mi alrededor.
—¿En qué piensas? —preguntó después de