•Vlad Vólkov•
En silencio y ante la atenta mirada de Slovak; uno de mis hombres, le dí una última calada a mi cigarro y lancé lo que quedaba del mismo al suelo, aplastandolo con la suela de mis zapatos. Cerré los ojos durante unos segundos, levanté la cabeza y liberé el humo retenido en mis pulmones con una sonrisa en el rostro. Tenía la certeza de que todo saldría de acuerdo a lo planeado, lo que me tenía de buen humor. —Ya es hora —rompí el silencio de la habitación y miré a Slovak, quién asintió con la cabeza al escucharme y prestó atención a mis palabras —. Una sola llamada haré para darles la señal que necesitan, ¿Entendido? —Sí, señor. Conforme con su respuesta, lo dejé ir rápidamente y comencé a dar vueltas por el área de archivos del hospital para conocer un poco el sitio. Ada no tardaría mucho en llegar, por lo que debía buscar un buen escondite para luego salir y llevar mi plan en marcha. Desabroché los dos primeros botones de mi camisa y alborote mi cabello intentando dar una apariencia un poco descuidada. Necesitaba dar la impresión de que me encontraba algo nervioso y estresado por estar en ese sitio. El teatro que había armado tenía que ser completamente creíble para que Ada no sospechara de mis intenciones. El sonido de las puertas del ascensor abriéndose me hicieron salir de mis pensamientos y esconderme detrás de una gaveta de archivos llena de polvo. Con sigilo me asomé para observar como mi presa se acercaba y sonreí al ver lo hermosa que se veía. Vestía su característico uniforme de médico, su hermosa melena rojiza se encontraba atada en una cola de caballo y las ojeras adornaban su hermoso rostro, pero aún así se veía preciosa. Evité moverme para no hacer ningún tipo de ruido y la observé detenidamente como revisaba las gavetas llenas de polvo buscando papeles dentro de las mismas. Miré la hora en mi reloj y esperé unos segundos más para finalmente salir de mi escondite y caminar hasta el ascensor cuidándome de ser visto. Respiré hondo y, una vez que estuve lo suficientemente lejos de ella, llevé a cabo mi teatro. —¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —pregunté en voz alta y con cara de tragedia. Esperé durante unos segundos escuchar de vuelta su voz, pero no pasó nada. —¿Quién es usted y por qué está en esta área del hospital? —su hermosa voz se escuchó detrás de mí y volteé rápidamente a verla. ¡Mordió el anzuelo! —¡Qué alegría poder ver a alguien aquí! —exclamé con fingida emoción —. ¿Usted sabe cómo puedo llegar al área de cuidados intensivos? Estoy perdido. Reí a mis adentros al ver cómo su rostro pasó de estar completamente serio a dedicarme una leve sonrisa. —Me asusté horrible al escucharlo, se supone que en esta área no debería haber nadie que no sea personal del hospital, ¿Cómo fué que llegó aquí? —preguntó con curiosidad y sosteniendo las carpetas entre sus delicadas manos. —No lo sé, yo entré al ascensor con varias personas y todos marcaron los pisos a los que iban, pedí el favor que me guiaran hasta el área de emergencia y me dijeron que era este piso, pero cuando se abrió el ascensor, llegué aquí. —Entiendo, por lo que veo alguien le jugó una broma pesada o se equivocó con él número de piso —explicó rápidamente —. Yo tengo que buscar unas carpetas antes de bajar, si gusta le indico el número de piso al que va —me señaló el ascensor y negué rápidamente. —Es que no me quiero volver a perder, si no es mucha molestia, preferiría bajar con usted. —¿Está seguro? No le tomará mucho tiempo llegar a su destino y menos por el ascensor. —Tranquila, me sentiré más en confianza si voy con alguien que ya conozca el hospital. —Vale, está bien entonces. Deme un segundo y ya nos vamos —dejó las carpetas encima de una pequeña silla que estaba cerca de ella y se volteó a buscar otras más en un gavetero que tenía detrás de sí. —¿Necesita que la ayude? —pregunté amable y ella volteó a verme y me sonrió. —Si no es mucha molestia, por favor. Sonreí al notar como todo estaba saliendo tal cual lo había planeado. Un poco más y la tendría en mis manos. —¿Qué busca en particular? —Una carpeta que tenga la fecha del año dos mil dos —dijo leyendo un pequeño papel arrugado que tenía entre sus manos, parece que había anotado las indicaciones de lo que tenía que hacer y qué buscar en el mismo. Sonreí. Russell era una genia cuando se lo proponía. O más bien cuando la amenazaban. Me apresuré a buscar la carpeta y, al encontrarla, se la entregué y me ofrecí a ayudarla con las demás para posteriormente dirigirnos hasta el ascensor. Una vez dentro, ella pulsó el número del piso al que yo me dirigía y luego el piso de cuidados intensivos; a dónde tenía pensado ir. —¿Mucho trabajo esta madrugada? —pregunté intentando romper el hielo y lo logré, pues me sonrió al instante y asintió. —Sí, pero nada de lo que no esté acostumbrada —respondió con voz calmada —. Y usted, ¿tiene algún familiar acá? —preguntó de vuelta y asentí nuevamente. —Sí —solté un suspiro de cansancio y continúe —. Mi mejor amigo se peleó con alguien y requiere de atención médica por la gravedad de la golpiza que recibió —mentí con total descaro. No tenía ningún amigo en ese sitio, pero para asegurarme de que mi mentira estuviera bien sustentada, uno de mis hombres estaba en el área de emergencias recibiendo atención médica por varios golpes que se le propinaron para ese teatro. —Yo estoy en cuidados intensivos de guardia, espero que no nos encontremos por allá en esta ocasión. Reí al escucharla y asentí. —Yo también espero lo mismo, no me gustan en lo absoluto los hospitales. No mentía, la verdad es que me daban grima y los evitaba lo más que podía. Con disimulo, saqué mi teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón, le escribí a Slovak dándole la señal que estaba esperando y me recosté de una de las paredes del ascensor. No la miré directamente para no levantar ningún tipo de sospechas ni ponerla nerviosa, pero sí la miré por el rabillo del ojo como cada dos segundos le daba un vistazo a su reloj de mano y la pequeña pantalla del ascensor que marcaba en qué piso íbamos. A los pocos segundos, el mismo hizo un gran estruendo y quedamos completamente a oscuras. Sonreí por la eficiencia de mis hombres y rápidamente me volví a meter en mi papel. ¡Me merecía un maldito Oscar, carajo! Rápidamente encendí la linterna del teléfono y pude verla nuevamente. —¿Está bien? —pregunté con curiosidad al notar como comenzó a respirar de manera frenética, abrazaba las carpetas contra su pecho y su rostro me mostraba lo asustada que se encontraba en ese momento. Asintió rápidamente al escuchar mi pregunta y apretó los labios mirando a todos lados y pegando su espalda a las paredes del ascensor más de lo necesario. Fruncí el ceño al notar su reacción e intenté acercarme, pero ella inmediatamente se alejó y se acurrucó en una esquina del lugar. —¿Sufres de claustrofobia o algo así? —intenté indagar sobre la razón de su comportamiento sin éxito alguno, pero simplemente negó y a los pocos segundos permitió que su cuerpo se deslizara hasta caer sentada en el suelo. —No, estoy bien, estoy bien —repitió con un nudo en la garganta. Estaba fingiendo la aparente calma, lo que hizo que las alarmas en mi sistema se encendieran. Decidí no decir nada más e imitar su acto, pero aún así mantener mi distancia para no ser invasivo. Con cautela, coloqué el teléfono boca arriba permitiendo que el pequeño espacio quedara alumbrado y me dediqué a mirarla por pequeños espacios de tiempo donde me preguntaba que estaría pasando por su cabeza en ese momento. Estaba sudando frío, su rostro borró todo rastro de sonrisa y pude notar como trataba de calmar el temblor en sus manos. Intenté calmarla, pero ella solo lloraba en silencio y me miraba con miedo. Había sido amable, traté de sonreírle en todo momento para que no pensara nada malo de mí y aún así se encontraba llena de pánico. Pero, ¿Por qué?