Mundo ficciónIniciar sesiónAda Sloan
Pegué mi espalda a las paredes del ascensor y abrí la palma de mis manos intentando encontrar un agarre seguro. Sentía que en cualquier momento me caería al suelo. El hombre desconocido frente a mi me miraba con preocupación y sin saber qué hacer ante aquella situación tan vergonzosa. La voz no me salía para hablar y pedir ayuda porque me estaba quedando sin oxígeno, mis manos temblaban, mi cara hormigueaba y mi mente no paraba de reproducir en mi mente el pasado que tanto me atormentaba. Finalmente cedí ante los deseos de mi mente y caí de bruces al suelo justo en los pies de aquel desconocido que no tardó demasiado en correr a ayudarme, pero lo que menos quería en ese momento era contacto físico. Podía arreglarmelas sola. Tenía que hacerlo. Aparté sus brazos de mí tan rápido como pude, como si me quemara su toque y me arrastré hasta quedar sentada en una esquina del ascensor. Para ese punto las lágrimas en mis mejillas eran casi infinitas, no podía controlar el llanto y solo quería estar en un lugar a salvo. —Mírame, por favor —tomó mi rostro entre sus manos e hicimos contacto físico al instante —. Respira conmigo a mi señal. Aún llorando y sin poder controlarme, negué rápidamente e intenté apartar sus manos de mi rostro para no seguir sintiendo su toque. Sabía que sus intenciones eran buenas, pero no podía evitar sentir desconfianza y rechazo ante cualquier tipo de contacto físico. —Sueltame, por favor —pedí en medio del llanto y tratando de conseguir oxígeno para poder seguir respirando con normalidad él negó y en una medida desesperada, hundí las uñas de mis manos en las suyas, el terror que sentí en ese momento fué indescriptible y mi mente estaba buscando todos los recursos para protegerme a toda costa. —No, no lo haré —respondió con firmeza mirándome fijamente a los ojos —. No lo haré hasta que te calmes y puedas estar más tranquila. Por un momento me dejé llevar por la suave melodía de su voz, su aliento mentolado, su exquisito perfume y la suavidad de su toque, pero los recuerdos de mi pasado asecharon mi mente sin piedad alguna, haciéndome volver a vivir las emociones de aquellas oscuras noches. Sus manos recorrían mi cuerpo desnudo con suavidad, pero las mismas no provocaban ningún tipo de placer en mí, al contrario, lo que sentía era ganas de vomitar. Gruesas lágrimas corrían por mis mejillas sin que pudiera hacer algo por detenerlas, gemidos de dolor se quedaban ahogados en mi garganta y las cuerdas que amarraban mis manos estaba tan apretadas que no sabía que dolía más, si sus embestidas violentas, o el nudo que había hecho en las mismas. —Eres mía —susurró en mi oído mientras seguía embistiendome con fuerza, cerré los ojos y continúe pidiendo en silencio por piedad. No sabía cuantas veces se habían repetido ese tipo de escenas en mi vida, solo quería que esa pesadilla acabara de una vez por todas. Me sentía cobarde, una completa estúpida e inútil por no hacer más que quedarme callada ante su abuso físico y emocional. Era el mejor amigo de mi hermano, como otro hijo para mis padres, lo consideraba mi hermano mayor, pero su obsesión conmigo lo llevó a destruir lo poco que quedaba de mí. Al terminar de darse placer con mi cuerpo, quitó la cuerda de mis manos y la mordaza que había puesto en mi boca para silenciar mis posibles gritos ante su acto. —No sigas, por favor —supliqué con la voz rota y él acarició mis mejillas para negar con la cabeza rápidamente. —No, no llores, mi flor —posó su cuerpo encima de mí y me abrazó fuerte. En otra circunstancia y con otra persona que tal vez me trajera de manera sexual, hubiera celebrado intermamente por ese gesto, pero la situación en la que me encontraba era lo que no le deseaba ni a mi peor enemigo. Él decía que yo era su flor, suya. Pero su obsesión se había encargado de marchitarme, cortarme las raíces y dejarme sin ganas de vivir. —Te odio —solté con rabia al sentir sus besos por mi cuello y él se detuvo para mirarme a los ojos. —Tengo fé de que un día me amarás tanto como yo a tí. —Jamás vas a tener ningún tipo de afecto de mi parte, ese será tu peor castigo por hacerme daño, te odiaré hasta el fin de mis días. Sabía exactamente qué decir para causarle dolor, muy pocas veces lo había intentado por el miedo, pero cuando lo hacía no fallaba ni una sola vez. —La fé mueve montañas y sé que me amarás, lo sé —se apartó de mí y entró al baño de mi habitación. Me senté en la cama gimiendo de dolor y miré mis partes íntimas para nuevamente arrancar a llorar. Había dejado moretones en mis piernas, vientre y estómago. Pero sobre todo, en mi alma. —¡Maldita sea, mírame y respira conmigo! —el grito de aquel desconocido me trajo de vuelta al presente. Me encontraba entre sus brazos, sin fuerzas para poder valerme por mi misma y con la respiración entrecortada por la falta de oxígeno. Mi pecho dolía, sentía ganas de vomitar y todo daba vueltas a mi alrededor. No, no, no. Otra vez no. Me desespere al entender que estaba en medio de un ataque de pánico y quise respirar con normalidad, pero era completamente imposible. Escuchaba la voz de aquel hombre a lo lejos pidiéndome que lo mirara a los ojos y respirara con él, pero mi mente no podía seguir sus órdenes, estaba concentrada tratando de volver a la normalidad por mi misma y quitar sus manos de mi cuerpo. —¡No me toques! —grité desesperada y lo empuje tan fuerte como pude, él solo me miró por unos instantes y asintió para luego acercarse con más cautela. —Tranquila, no importa que esté pasando por tu cabeza ahora mismo, pero no te haré daño, ¿está bien? —no respondí ante sus palabras y continúe llorando desesperada porque no podía respirar. ¡No me quería morir, maldita sea. No en esas circunstancias! Luego de unos segundos de desespero total al no poder respirar con éxito, por el miedo a morir ahí, decidí hacer lo contrario a mis deseos y acciones anteriores. Me acerque a él en una medida desesperada y apoyé mis manos en sus brazos apretandolos tan fuerte como me fue posible. —Ayudame a respirar, por favor. No me quiero morir aquí —suplique con la voz entrecortada y él inmediatamente tomó mi rostro entre sus manos y me miró a los ojos. —No te vas a morir aquí y menos si yo puedo impedirlo, ¿entendido? —no respondí, simplemente me dejé llevar por la suave melodia de su voz llamándome y sonreí mientras la oscuridad me atrapaba. Sentí sus brazos rodearme y, por primera vez en mi vida, no sentí miedo del contacto físico con un desconocido.






