Raquel
Mi teléfono sonó poco después de que Fernanda se fue.
—Hola —dijo Andrea en cuanto contesté, con la voz sorprendentemente tensa—. ¿Tienes un segundo?
Fui a sentarme en el banco junto a la ventana y metí los pies debajo de mí.
—Tengo segundos de sobra.
—¿Javier te ha dicho algo?
Me mordí el interior de la mejilla.
—Me ha dicho muchas cosas.
Eres un recipiente vacío que puedo usar como me dé la gana. Como carnada. Como esposa. Por eso eres perfecta para esto, Raquel.
—¿Algo en particular? —añadí.
—Pues… no sé —murmuró—. Algo de lo que está pasando. Dijiste que todo estaba bien, pero ahora mismo hay dos hombres enormes parados afuera de mi edificio y me estoy volviendo loca.
Me puse de pie antes de que terminara la frase. El corazón se me subió a la garganta y empezó a golpear tan fuerte que me costaba respirar.
—¿Estás bien? —logré decir—. ¿Quiénes son?
Podía gritarle a Javier. Él sabría qué hacer. Podría mandar a alguien mucho más rápido que la policía, seguro.
—Supongo que guar