Raquel
Aquello no podía haber salido peor.
La puerta principal se cerró de un portazo tan fuerte que hizo vibrar los cristales. Fernanda soltó el aire como si lo hubiera estado conteniendo todo ese tiempo. Javier no se movió. Se quedó mirando el espacio que su padre acababa de dejar, como si esperara que regresara para rematarlo todo; como el villano de una película slasher que vuelve a ponerse en pie cuando ya estabas seguro de que estaba muerto.
Miré a Fernanda, pero no quiso cruzar la mirada conmigo.
Le había mentido. Lo sabía. Pero alguien tenía que romper el silencio, despejar el ambiente.
Al parecer, esa alguien era yo.
Di un paso al frente.
—Gracias, Javier, por… —la voz se me cerró en la garganta—. Siento que no haya salido bien, pero gracias por defenderme. Seguro que acabará entrando en razón y…
—Fernanda.
Su voz se volvió plana, gélida, al mirar por encima de mi hombro hacia su hermana.
—Llévate a Raquel arriba.
Fernanda se puso de pie.
—Tengo que ir y…
El gruñido bajo que