El sol de Alzhar se filtraba a través de las cortinas de seda cuando Mariana abrió los ojos aquella mañana. Durante unos segundos, permaneció inmóvil, dejando que los recuerdos de la noche anterior inundaran su mente: la cena con Khaled, sus palabras, el roce de sus dedos sobre su mano. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Había algo en la forma en que él la miraba que desafiaba toda lógica, toda barrera cultural que debería separarlos.
Se incorporó lentamente, observando su habitación en el palacio. Después de meses allí, seguía sorprendiéndole despertar rodeada de tanto lujo: los mosaicos intrincados, los muebles tallados a mano, las telas importadas. Un mundo tan distinto a su pequeño apartamento en México que a veces le parecía estar viviendo en un sueño.
Pero no era un sueño. Era su realidad ahora, una realidad cada vez más complicada.
Tras ducharse y vestirse con un sencillo vestido largo de algodón azul —había aprendido a adaptar su guardarropa a las costumbres locales sin renunci