El sol de Alzhar se elevaba implacable sobre el palacio real, proyectando sombras alargadas a través de los antiguos pasillos de mármol. Khaled Al-Fayad ajustó el pliegue de su thobe inmaculadamente blanco mientras avanzaba con paso firme hacia la Sala del Consejo. Sus guardaespaldas mantenían una distancia respetuosa, pero él apenas notaba su presencia. Su mente estaba ocupada en descifrar el motivo de esta convocatoria urgente.
La citación había llegado al amanecer, con el sello oficial del Consejo de Ancianos. No era común que solicitaran su presencia con tanta premura, y menos aún sin especificar el motivo. Khaled conocía demasiado bien las intrigas palaciegas para no sospechar.
Al llegar a las imponentes puertas de cedro tallado, los guardias se inclinaron y las abrieron sin pronunciar palabra. El interior de la sala era un testimonio de la historia milenaria de Alzhar: paredes revestidas con mosaicos geométricos en tonos azules y dorados, lámparas de aceite convertidas en modern