El sol de la tarde caía sobre los jardines del palacio, bañando las fuentes y los senderos con una luz dorada que contrastaba con el estado de ánimo de Mariana. Llevaba a los niños de la mano, uno a cada lado, intentando concentrarse en sus risas y preguntas mientras recorrían los caminos bordeados de buganvilias y jazmines. El aroma dulce de las flores flotaba en el aire, pero ni siquiera esa fragancia lograba aliviar la pesadez que sentía en el pecho.
—¡Mira, Mariana! ¡Una mariposa azul! —exclamó Amira, señalando hacia un arbusto donde revoloteaba el delicado insecto.
—Es preciosa, cariño —respondió Mariana con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Habían pasado tres días desde el malentendido con Khaled. Tres días evitándolo, inventando excusas para no coincidir en las comidas, llevándose a los niños a pasear cuando sabía que él estaría en el palacio. Tres días en los que su mente no dejaba de reproducir una y otra vez la expresión de Khaled cuando ella había