El sol de la tarde caía sobre los jardines del palacio, bañando con su luz dorada las fuentes de mármol y los senderos de piedra pulida. Mariana había extendido una gran manta colorida sobre el césped, creando un espacio acogedor bajo la sombra de una pérgola cubierta de buganvillas violetas. A su alrededor, había dispuesto varios juguetes, libros ilustrados y materiales para manualidades.
—¡Amira, Faisal! ¡Vengan, vamos a jugar algo divertido! —llamó con entusiasmo mientras terminaba de organizar pequeños recipientes con pinturas de colores.
Los niños corrieron hacia ella con la energía inagotable que solo los pequeños poseen. Amira, con su vestido celeste ondeando al viento, y Faisal, siguiendo a su hermana con pasos decididos aunque más cortos. Mariana sonrió al verlos. En las últimas semanas, había logrado ganarse su confianza por completo, especialmente la del pequeño Faisal, quien ahora la buscaba constantemente para mostrarle sus descubrimientos o pedirle que le