El motor del Jeep rugía mientras Khaled conducía por el desierto, alejándose cada vez más de las luces del palacio. La oscuridad los envolvía, solo interrumpida por el resplandor plateado de la luna llena que bañaba las dunas con un brillo etéreo. A su lado, Mariana permanecía en silencio, su perfil delicado recortado contra el paisaje nocturno.
Khaled apretó el volante con fuerza. Los celos lo habían consumido durante días, imágenes de Mariana junto a Rashid atormentándolo cada noche. La había visto sonreír, hablar animadamente con él, y algo primitivo se había despertado en su interior. Algo que un hombre de su posición no debería permitirse.
—¿Adónde vamos? —preguntó finalmente Mariana, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos desde que la había prácticamente arrastrado fuera del palacio.
—Lejos —respondió él con voz grave—. Donde nadie pueda escucharnos. Donde no haya ojos que nos juzguen.
Condujo hasta un pequeño oasis que conocía desde niño, un lugar secreto donde