El sol de la tarde se filtraba por los ventanales del palacio, proyectando sombras doradas sobre el suelo de mármol. Mariana contemplaba el jardín desde la terraza de sus aposentos, observando cómo los jardineros trabajaban meticulosamente entre las flores exóticas que adornaban el paisaje. Tres meses habían pasado desde la reconciliación con Khaled, tres meses de una felicidad que jamás creyó posible en aquel país que una vez le pareció tan hostil.
Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante —dijo, girándose para ver quién entraba.
Una de las doncellas del palacio, Yasmin, ingresó con una pequeña caja entre las manos. Su rostro reflejaba cierta inquietud que no pasó desapercibida para Mariana.
—Señora, esto ha llegado para usted —murmuró la mujer, extendiendo el paquete envuelto en papel de seda color marfil y atado con una cinta dorada—. Lo trajo un mensajero que no quiso identificarse.
Mariana frunció el ceño, tomando el paquete con cautela.
—¿No dijo quién l