El amanecer en el palacio llegó con una quietud inusual. Mariana observó cómo los primeros rayos de sol se filtraban por las cortinas de seda de su habitación, creando patrones dorados sobre el suelo de mármol. Había dormido apenas unas horas después de regresar del desierto con Khaled, pero su mente seguía reviviendo cada momento compartido bajo las estrellas. La confesión, el abrazo, la promesa silenciosa de un futuro juntos.
Se incorporó lentamente, estirando sus músculos cansados. El recuerdo de la noche anterior dibujó una sonrisa en su rostro. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que las piezas de su vida comenzaban a encajar. Khaled había abierto su corazón, mostrándole vulnerabilidades que jamás compartía con nadie. Y ella había hecho lo mismo.
—Buenos días, señorita —saludó una de las doncellas, entrando con una bandeja de té y dátiles frescos. Pero algo en su expresión alertó a Mariana. La joven evitaba su mirada, sus movimientos eran mecánicos, distantes.
—¿Sucede algo? —