Mundo ficciónIniciar sesiónEl doctor me lo deja claro: el tratamiento de Liam debe comenzar de inmediato. Cada minuto que pasa sin actuar es un riesgo que no puedo permitirme.
No duermo en toda la noche. Me quedo sentada al lado de la cama, sosteniendo su manita pequeña y mirando cómo el suero baja gota a gota. Afuera amanece, pero para mí todo sigue siendo oscuro.
Tomo el celular con dedos temblorosos y marco el número de Derek. Contesta medio dormido, pero apenas oye mi voz, se despierta del todo.
—¿Ava? ¿Qué ocurre? ¿Liam está bien, o acaso... él?
—No —respondo rápido, aunque la voz se me quiebra. No puedo contarle nada ahora, menos por llamada—. Todo sigue igual. Pero necesito pedirte un favor. ¿Puedes venir al hospital mañana temprano y quedarte con él unas horas? Tengo que ir al restaurante a hablar con el gerente.
—¿Te refieres a tu trabajo? —pregunta confundido.
—Sí, Derek. —Me froto la frente con desesperación—. Espero que todavía tenga mi empleo, el otro día salí corriendo sin avisar, pero tengo que intentarlo. Pediré un adelanto, si es que no me han despedido ya.
Llevo más de dos años trabajando en ese lugar, y desde entonces nunca he faltado, ni un solo día, ni siquiera tomo mis vacaciones, prefiero trabajarlas, ya que es dinero extra. Creo que me merezco un aumento; sin embargo, no voy a pedirlo. Usaré esa oportunidad para pedir un préstamo.
Pero eso no se lo diré a mi hermano, no quiero preocuparlo y que haga algo que no deba para conseguir el dinero. Derek todavía no se recupera de sus andadas, aunque no me lo diga, sé que se ha metido en líos algunas veces.
Lo sé porque a veces trae más dinero de lo que puede ganar en un taller de autos, dice que su jefe es generoso con él a veces, pero no estoy muy segura de eso.
Ahora mi hermano ya no es mi responsabilidad, ya es mayor de edad, pero eso no quita que me preocupe por él. Así que trato de no meterme mucho en sus asuntos, haciéndole preguntas, puesto que no quiero que se aleje de nosotros.
Mi hermano guarda silencio un momento y luego suspira fuerte.
—Está bien. Salgo en unos minutos para allá. No te preocupes, Ava. Tú ve a resolver tu asunto, mientras yo me quedo con Liam.
—Gracias, hermano. —Cierro los ojos, agotada—. Te estare esperando.
[***]
El restaurante me parece más grande que nunca cuando entro. Camino con el corazón apretado, sintiendo las miradas de mis compañeros clavarse en mi espalda. Sé lo que piensan: que abandoné el turno, que los dejé colgados. Y lo hice.
Pero fue por mi hijo. Por él y por Lia, soy capaz de dejar todo, incluso dar mi vida si es necesario hacerlo.
Respiro hondo y toco la puerta de la oficina.
—Adelante —responde la voz seca del señor Ramírez.
Entro y me quedo de pie frente a él. Está sentado tras el escritorio, revisando papeles. Levanta la vista y arquea una ceja al verme.
—Mitchell. No pensé que volverías.
Mis manos tiemblan, pero me obligo a hablar.
—Señor Ramírez, necesito explicarle lo que pasó. El día que salí corriendo… mi hijo se desmayó en la escuela. Lo llevaron de urgencia al hospital. Yo no pensé, solo fui tras él.
Él me mira sin pestañear.
—¿Y hasta ahora te dignas a aparecer para explicarte? ¿Si sabes el desastre que causaste? Clientes esperando, mesas sin atender, tus compañeros cubriéndote como podían. Todos tienen sus mesas asignadas, y sabes que siempre estamos llenos.
Asiento, tragándome la vergüenza.
—Lo sé, y lo siento mucho. Nunca había pasado algo así en mis dos años de trabajar aquí. Siempre cumplo con mi labor, llego a tiempo, me voy a la hora que debe ser, incluso a veces me quedo horas extras. Usted lo sabe.
Él entrelaza las manos sobre el escritorio, sin cambiar la expresión.
—¿Y qué quieres ahora, Mitchell? ¿Qué te perdoné tu falta y te dejé volver al trabajo como si nada?
Respiro hondo. Es el momento.
—Sí, y también ocupo un préstamo. Lo que pueda darme. Mi hijo necesita empezar un tratamiento de inmediato. Es caro, demasiado caro. Yo no tengo a quién más acudir. Solo pensé que… la empresa podría ayudarme.
El gerente me estudia unos segundos, como si tratara de leerme por dentro.
—¿Un préstamo? —repite con tono incrédulo—. Esto no es un banco.
—Por favor. —La voz se me quiebra y las lágrimas me nublan los ojos—. Nunca tomo descansos, siempre hago turnos dobles cuando me lo piden. Me mato trabajando aquí, señor. Le prometo que se lo devolveré todo, si quiere, puede añadirle hasta intereses.
Sé que me estoy metiendo en una grande, si me llega a prestar una cantidad elevada, tal vez termine pagando el doble, o hasta más. Pero por ahora a eso no le temo.
Su silencio me taladra.
Lo que temo es perder mi empleo y quedarme sin mi única opción.







