El doctor me lo deja claro: el tratamiento de Liam debe comenzar de inmediato. Cada minuto que pasa sin actuar es un riesgo que no puedo permitirme.
No duermo en toda la noche. Me quedo sentada al lado de la cama, sosteniendo su manita pequeña y mirando cómo el suero baja gota a gota. Afuera amanece, pero para mí todo sigue siendo oscuro.
Tomo el celular con dedos temblorosos y marco el número de Derek. Contesta medio dormido, pero apenas oye mi voz, se despierta del todo.
—¿Ava? ¿Qué ocurre? ¿Liam está bien, o acaso... él?
—No —respondo rápido, aunque la voz se me quiebra. No puedo contarle nada ahora, menos por llamada—. Todo sigue igual. Pero necesito pedirte un favor. ¿Puedes venir al hospital mañana temprano y quedarte con él unas horas? Tengo que ir al restaurante a hablar con el gerente.
—¿Te refieres a tu trabajo? —pregunta confundido.
—Sí, Derek. —Me froto la frente con desesperación—. Espero que todavía tenga mi empleo, el otro día salí corriendo sin avisar, pero tengo que i