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Capítulo 7: Un precio imposible

No sé cuánto tiempo llevo aquí sentada, con la mano de Liam entre las mías. Afuera el día ya cambió varias veces de color; la luz del sol se fue, después volvió, y ahora otra vez parece esconderse. Para mí todo es igual: el tiempo se detuvo desde que escuché esa palabra maldita salir de la boca del doctor.

Leucemia.

No puedo dejar de repetirla en mi cabeza, como si al decirla pudiera encontrarle otro significado menos cruel. Pero no lo hay.

Desde entonces no me he despegado de esta habitación. He dormido en esta misma silla, he comido lo mínimo que las enfermeras insisten en traerme, y solo me levanto cuando ellas me piden dejarles espacio para revisar a Liam. Nada más.

Mi pequeña Lia está bien, en casa de la madre de Colín. Ella la ha cuidado como si fuera suya, dándole la calma que yo no pude darle esa tarde en que todo ocurrió. 

He hablado con Lia por teléfono durante estas horas que llevamos aquí. La señora Coleman me cuenta que mi hija le pide que me marque, apenas llega de la escuela, le insistió. Cuando escucho su vocecita al otro lado de la línea, preguntando por Liam y cuándo volverá a casa, me desgarra el alma. 

Le sonrío, aunque no pueda verme, le digo que su hermanito está en manos de buenos doctores y que pronto estaremos juntos los tres otra vez.

Colín también ha pasado un par de veces a verme, pero siempre se va rápido, ocupándose con cosas de su trabajo. 

Sé que está al pendiente de nosotros, porque cada vez que aparece, me deja algún detalle pequeño: una botella de agua, un café, un abrigo extra. Y aunque no lo diga, lo noto en sus ojos: está tan preocupado como yo.

El bip constante de las máquinas se mezcla con mi respiración agitada. Cada vez que Liam se mueve un poco en la cama, salto, con miedo de que algo peor le pase. Está tan frágil, tan pálido… y, aun así, incluso dormido, parece un ángel. Mi pequeño guerrero.

La puerta se abre despacio. Reconozco la bata blanca. El doctor entra de nuevo, esta vez acompañado de una enfermera que lleva una carpeta más gruesa que la anterior. Mi estómago se contrae.

—Señora Mitchell —dice con voz grave, aunque amable—. Ya tenemos los primeros resultados completos.

Me pongo de pie de golpe, tan rápido que la silla cae hacia atrás y golpea el suelo. No me importa.

—Dígame la verdad —suelto, con la garganta seca—. Por favor, no me oculte nada.

El doctor asiente con seriedad. Se acerca a la cama de Liam, revisa el suero conectado a su brazo, y después me hace una seña para que lo acompañe hacia un rincón de la habitación. La enfermera se queda junto a mi hijo.

Mi corazón late con fuerza.

—Confirmamos que se trata de leucemia linfoblástica aguda —comienza él, pronunciando cada palabra con una seriedad implacable—. Es un tipo de cáncer en la sangre y en la médula ósea.

Las piernas me flaquean. Tengo que apoyarme contra la pared.

—¿Cáncer? —repito, como si el eco pudiera suavizarlo.

—Sí. Pero escúcheme bien: es tratable —continúa él con firmeza—. Necesitará un tratamiento largo e intenso, y estará varios meses entrando y saliendo del hospital. Tendrá que someterse a quimioterapia.

Esa palabra también me golpea. Quimioterapia. Mi mente se llena de imágenes de su cabello hermoso y oscuro cayendo, de piel clara cambiando a un tono amarillento, de su pequeño cuerpo debilitado hasta el extremo. No… no en mi hijo.

—¿Cuánto… cuánto tiempo? —pregunto con la voz quebrada.

El doctor me mira directo a los ojos.

—Mínimo dos años de tratamiento. Lo más difícil serán los primeros meses. Su pequeño necesitará fortaleza… y usted también.

Trago saliva. Siento que el aire no me entra en los pulmones.

—¿Y… tiene posibilidades? —balbuceo.

El doctor suspira.

—Sí. Pero necesitamos empezar cuanto antes. El tiempo es crucial.

Me cubro la boca con las manos, intentando contener un sollozo. No puedo derrumbarme frente a él. Pero por dentro siento que todo se está rompiendo.

—Vamos a preparar la primera fase. Le daremos medicamentos para controlar la enfermedad y después iniciaremos el ciclo de quimioterapia. Pero… —se detiene, como si pesara cada palabra—, esto también implica muchos costos.

Ahí está. La palabra que faltaba. Dinero.

Lo miro sin entender del todo.

—¿Costos? Pero… ¿no hay apoyo del seguro del hospital?

El doctor se mueve incómodo.

—Algunos medicamentos están cubiertos, otros no. Además, las hospitalizaciones prolongadas, los estudios especiales y los traslados a la ciudad principal no están dentro del plan básico.

—¿Cuánto… cuánto dinero estamos hablando? —pregunto, con la voz apenas audible.

El me observa una manera extraña. seguro debe sentir lastima por mi ahora.

—Entre cincuenta y setenta mil dólares al año.

El mundo se me derrumba otra vez. No solo es el cáncer de mi hijo, ahora es un precio imposible.

Me cubro el rostro, las lágrimas ya no se pueden contener. Mis manos tiemblan.

—No tengo ese dinero… —susurro. —Y me es complicado conseguirlo. Mi sueldo es muy poco.

El hombre me coloca una mano en el hombro. Es un gesto cercano, casi íntimo, pero su expresión sigue siendo estrictamente profesional.

—Comprendo. Nadie está preparado para esto —dice con voz grave—. Pero piense si tiene algún familiar que pueda ayudarle. Tal vez… el padre de su hijo. En casos como este, cualquier apoyo es vital.

Asiento, aunque apenas escucho. Sus palabras retumban en mi cabeza, pero se pierden entre el ruido de mi angustia. 

¿El padre de mi hijo? 

Esa opción jamás ha existido para mí. No puedo ni imaginar como seria acercarme a Logan y decirle que es padre, y que uno de sus hijos ocupa mucho de su ayuda.

Mi mente da vueltas. Dos años de tratamiento. Decenas de miles de dólares. Y yo apenas sobrevivo trabajando en un restaurante… como mesera.

¿Dónde voy a sacar ese dinero?

Me acerco de nuevo a la cama y tomo la mano de Liam. Sus ojitos se abren apenas.

—Mami… ¿por qué estas triste otra vez?

Trago saliva y me obligo a sonreír.

—No estoy triste, mi amor. Solo estoy cansada.

Él parpadea.

—¿Me vas a leer el cuento del caballero otra vez?

Mi corazón se parte.

—Claro que sí —respondo, acariciando su cabello. —Todas las veces que me lo pida mi príncipe.

Pero en mi mente solo hay un grito: ¿cómo voy a salvarte?

[***]

Cuando el doctor se va, saco el celular con manos temblorosas. Pienso en llamar a Colín, contarle todo. Él siempre está ahí, siempre me apoya. Pero detengo el dedo antes de marcar. No quiero sonar como una carga, aunque sé que él vendría corriendo.

Lo que más me aterra es la sombra de un recuerdo que vuelve con fuerza. La voz de Richard Langford, el padre de Logan, aquella vez que me amenazó. “Todo tiene un precio, Ava. Y tú vas a pagarlo.”

Aprieto los dientes, furiosa conmigo misma. No puedo volver atrás. No puedo pedir ayuda en ese mundo, no después de lo que le hice.

Miro a Liam. Sus respiraciones suaves son lo único que me mantiene de pie.

—No te preocupes, hijo —le susurro—. Voy a encontrar la manera. Así tenga que vender mi alma, voy a salvarte.

Me tumbo en la silla, agotada, con los ojos fijos en el techo blanco. El sonido de los monitores acompaña mis pensamientos.

La batalla apenas comienza.

Y sé que será la más dura de mi vida.

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