Capítulo 37: Horas de angustia
Llego corriendo a esa sala, no me importa si los guardias o el personal del lugar se molesta.
Las luces blancas de la sala intensiva me hieren los ojos, pero no aparto la vista de esa puerta cerrada. La sensación es la misma que cuando uno queda atrapado en un sueño del que no puede despertar: los segundos son eternos, cada minuto parece una condena mientras espero aquí afuera.
Pero no quiero esperar más, así que trato de ver por arriba, al menos empujar un poco las puertas para ver.
—Señora, debe esperar aquí —me repite una enfermera amable, aunque su tono firme me deja claro que no conseguiré traspasar ese límite.
Asiento sin fuerzas, como un autómata. Mis manos tiemblan sobre mis piernas al momento que me siento en una silla cercana a la puerta; el celular está olvidado dentro del bolso. No me atrevo a mirar la pantalla, no quiero ver la hora porque cuando se trata de esperar, siempre el tiempo parece eterno, como si se detuviera por horas.
El silenci