CAPÍTULO 38

YAMILA KAYA

Tal y como Aaron prometió, el resto de la tarde nos dedicamos a pescar en el lago de la propiedad, a reinos y a pasar tiempo en familia. Esos dos pescaron una trucha que me dejó absolutamente boquiabierta por el inmenso tamaño.

—¿Le decimos a la cocinera que la cocine?— le preguntó Aarón a Amed emocionado, y la respuesta del niño fue abrazar al pez de manera protectora a su pecho.

—¡No papi!¡No!— respondió Amed y Aaron rodó los ojos y lo ayudó a devolver al espécimen al agua.

Con eso acabo la pesca, Amed quería abrazar a los peces y Aaron sonreía sugiriendo sushis.

Tal parecía que él, mi hombre peligroso, se había quitado un enorme peso de encima, al contarme su verdad.

Las circuntancias de su pasado eran tan tristes y traumáticas, que yo no lograba entender cómo era capaz de mantenerse en pie después de tanto. ¿Cómo era capaz de sonreír así?¿De entregar su corazón a Amed, un niño que acababa de conocer?

No era un Santo, no. Tampoco intentaba venderse como un án
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