El sabor metálico del veneno aún persistía en mi boca cuando desperté. Mis párpados se sentían como plomo, y cuando finalmente logré abrirlos, no reconocí dónde estaba. Las paredes de piedra gris sudaban humedad, y una antorcha solitaria proyectaba sombras que parecían bailar y burlarse de mi confusión.
Intenté moverme, pero cada músculo de mi cuerpo protestó con un dolor tan agudo que me arrancó un gemido. Mis muñecas ardían donde las cuerdas me habían cortado la piel.
—Por fin despiertas, impostora.
La voz de Kaelen cortó el aire como una hoja afilada. Levanté la cabeza con esfuerzo y lo vi de pie frente a mí. Pero este no era el hombre que había conocido durante tres años. Sus ojos dorados me observaban con un desprecio tan puro que me quitó el aliento que apenas había recuperado.
—Kaelen... —Mi voz salió como un graznido ronco que apenas reconocí como mío.
—No te atrevas a pronunciar mi nombre con esa lengua mentirosa —rugió, y di un respingo involuntario—. ¿Sabes cuánto tiempo he perdido creyendo en tus falsedades? ¿Cuántos de mi manada han muerto mientras esperaba que manifestaras esos poderes curativos que supuestamente tenías?
Parpadeé, tratando de enfocar mi visión borrosa. Había algo diferente en su forma de mirarme, algo que iba más allá de la traición que acababa de descubrir con Lysandra. Era como si acabara de ver mi verdadero rostro por primera vez.
—No entiendo de qué hablas —murmuré, aunque parte de mí temía la respuesta.
Su risa fue cruel, vacía de cualquier calidez.
—¡Por supuesto que no entiendes! Eres exactamente igual que tu padre. Un mentiroso que vendería su alma por oro.
El nombre de mi padre me golpeó como una bofetada física. Theron había desaparecido cuando yo tenía diecisiete años, dejando solo una carta vaga sobre "asuntos urgentes". Nunca regresó.
—¿Mi padre? ¿Qué tiene que ver él con esto?
Kaelen se acercó tanto que pude ver las venas hinchadas en su cuello, la forma en que sus manos temblaban de rabia apenas contenida. Era un hombre al borde del colapso, y eso me aterrorizó más que sus gritos.
—Hace cuatro años, cuando mi manada estaba siendo diezmada por el acónito, tu padre apareció en mi tienda. Me dijo que tenía una hija con poderes curativos extraordinarios. Una joven que podía salvarnos a todos.
Los recuerdos comenzaron a encajar como piezas de un rompecabezas horrible. Recordaba esa época. Mi padre había estado inquieto, desapareciendo por días y regresando con bolsas de monedas que nunca explicaba. Había sido justo antes de la propuesta de matrimonio.
—Me mostró testimonios, declaraciones de curanderos que juraban haber visto tus habilidades. Incluso explicó por qué tus poderes no se habían manifestado: dijo que tu forma lobuna era tan poderosa que necesitaba más tiempo.
La voz de Kaelen se quebró ligeramente, y por un momento vi al hombre desesperado que había sido. Un líder joven enfrentando una crisis que amenazaba con destruir todo.
—Le pagué una fortuna por ti. Una dote que debería haber alimentado a mi manada durante un año entero. —Sus ojos se clavaron en los míos con odio puro—. Y a la mañana siguiente, tu padre había desaparecido con todo. Me dejó con una esposa inútil.
Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. Todo lo que había creído sobre mi matrimonio era mentira. Kaelen nunca me había querido. Ni siquiera me había elegido realmente. Yo había sido una transacción comercial. Un fraude.
—Yo no sabía nada —susurré, pero incluso a mis oídos sonó débil.
—¡Por supuesto que lo sabías! —Me abofeteó con tanta fuerza que mi cabeza se estrelló contra la pared de piedra.
El mundo explotó en estrellas de dolor. El sabor de sangre llenó mi boca, pero había algo más. Algo que me quemaba desde adentro. Me llevé una mano temblorosa a la cara, y cuando vi mis dedos, grité.
En un charco de agua sucia cerca de mí, vi mi reflejo. Mi rostro estaba cubierto de llagas supurantes de color rojizo que parecían extenderse mientras las miraba. Mi piel se veía como si estuviera siendo devorada desde dentro.
—¿Qué me han hecho? —Mi voz era apenas un susurro aterrorizado.
—Es la poción que tu hermana te dio —respondió Kaelen con indiferencia que dolió más que sus golpes—. Un revelador de almas para linajes como el tuyo.
—Lysandra dijo que tenía poderes curativos latentes —murmuré, recordando sus palabras en la mazmorra—. Dijo que el veneno los suprimiría.
—¡Otra mentira! Tu hermana es la única con verdaderos poderes. Ella puede salvar a nuestra manada. Tú no eres nada.
Me abofeteó de nuevo. Sentí cómo uno de mis dientes se aflojaba, y el sabor metálico de mi propia sangre se intensificó.
—Te decreto el exilio inmediato —su voz resonó con la autoridad absoluta de un Alfa—. Si te veo en mi territorio después de esta noche, serás ejecutada sin juicio.
—Kaelen, por favor...
Intenté ponerme de pie, pero mis piernas me traicionaron y caí de nuevo al suelo frío.
—No supliques. No te queda dignidad que perder.
Algo dentro de mí se rompió. No fue mi corazón, eso ya estaba destrozado. Fue algo más profundo, más fundamental. Las cadenas de esperanza que me habían mantenido sumisa durante años finalmente se quebraron.
—Pagarás por esto —las palabras brotaron de mis labios cargadas de una furia que no sabía que poseía—. Todos pagarán por lo que me han hecho. No tendrás una muerte tranquila, Kaelen. Ni tú ni Lysandra.
Por primera vez vi algo parecido al miedo cruzar su rostro. Pero fue reemplazado rápidamente por desprecio.
—Amenazas vacías de una mujer rota. Típico.
Dos guardias entraron y me levantaron sin delicadeza. Mientras me arrastraban hacia la salida, alcancé a escuchar a Kaelen murmurar a alguien más:
—Asegúrate de que no llegue muy lejos. No podemos permitir que cause problemas.
Reconocí la voz que respondió. Era el aliado de Lysandra.
Me sacaron del campamento bajo la luna llena. Mis pies descalzos sangraban sobre las piedras afiladas, pero apenas lo sentía. El dolor físico era nada comparado con el fuego que ardía en mi pecho.
Me dejaron en el borde de un acantilado que daba a un valle oscuro. Solo llevaba mi ropa rasgada y las llagas que desfiguraban mi rostro.
—Buena suerte, Lady Seraphine —se burló uno de los guardias antes de alejarse.
Me quedé allí, mirando el abismo. Parte de mí quería saltar y terminar con todo. Pero otra parte, una parte que crecía con cada segundo, ardía con sed de venganza.
El sonido de pasos me sacó de mis pensamientos. Tres figuras encapuchadas emergieron de las sombras. El brillo de las dagas en sus cinturones lo dijo todo.
Los asesinos de Lysandra.
—Nada personal, Lady —dijo uno con voz casual—. Solo negocios.
Retrocedí instintivamente. Mis talones encontraron el borde del acantilado. No había escape.
El primer asesino se lanzó hacia mí con su daga brillando. Me aparté desesperadamente, pero perdí el equilibrio.
Durante un momento terrible quedé suspendida en el aire, viendo las caras sorprendidas de los asesinos. Luego caí.
La caída pareció durar una eternidad. Las rocas desgarraron mi carne mientras rodaba por la ladera, dejando un rastro de sangre. Cuando finalmente me detuve en el fondo del valle, cada respiración era una agonía que me hacía desear la muerte.
Yacía inmóvil, sintiendo mi sangre filtrarse en la tierra seca. Pero algo extraño estaba sucediendo. Las briznas de hierba marchita que tocaban mi sangre comenzaron a temblar, a enderezarse. En segundos, estaban creciendo a un ritmo imposible, alcanzando alturas que desafiaban toda lógica.
Incluso a través del dolor, una realización comenzó a formarse. Tal vez Lysandra no había mentido. Tal vez sí tenía poderes. Poderes que despertaban justo cuando más los necesitaba.
El sonido de botas caras contra las rocas interrumpió mis pensamientos. Una figura alta se acercaba, moviéndose con gracia depredadora. Cuando se detuvo frente a mí, pude ver su rostro a la luz de las estrellas.
Rasgos afilados. Ojos de un azul tan intenso que parecían brillar en la oscuridad. Una sonrisa que prometía salvación y destrucción en partes iguales.
—Muy interesante —murmuró con voz profunda y cultivada—. Hace mucho que no veo algo así.
Intenté hablar, moverme, pero mi cuerpo se negaba a obedecer. Solo pude observar mientras se inclinaba y me levantaba con facilidad sobrenatural.
—Tranquila, pequeña loba —susurró—. Tu historia apenas comienza.
Y entonces, la oscuridad me reclamó completamente.