27

Curé a los heridos hasta que mis manos temblaban. Uno tras otro, sellando heridas, extrayendo veneno de flechas, reconstruyendo hueso. La luz plateada fluyó desde mí hasta que ya no estaba segura de dónde terminaba mi poder y comenzaba su dolor.

Pero no me detuve. No podía.

Porque si me detenía, tendría que pensar. Y si pensaba, tendría que sentir. Y si sentía...

—Luna.— La voz de Verónica era suave—. Ya es suficiente. Los demás sobrevivirán hasta mañana. Pero tú no si continúas así.

Miré mis manos. Estaban manchadas de sangre que no era mía. Temblando con agotamiento que había estado ignorando.

—Solo uno más—

—No.— Esta vez fue Lydia quien habló, sus ojos sabios fijos en mí—. Verónica tiene razón. Ve. Descansa. Mañana hab

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