Cassie
La seda me acariciaba las piernas desnudas mientras me revolvía entre las sábanas, presa de un calor imposible de explicar. No era el clima. No era la chimenea encendida que Lucian insistía en dejar a pesar del verano que comenzaba a colarse por las ventanas cerradas a cal y canto.
Era él.
Damon.
No lo veía, pero lo sentía. Su aliento rozando mi clavícula, su voz rasgando el silencio con palabras que no entendía, pero que mi cuerpo sí. Cada fibra de mí reconocía su presencia.
En mi sueño, él estaba sobre mí. Su torso desnudo cubría el mío, su piel caliente contrastando con la brisa imaginaria que se colaba por las grietas de la fantasía. Mis manos lo tocaban sin miedo. Su nombre escapaba de mis labios como un ruego disfrazado de gemido.
—Cassie… —susurró en mi oído con esa voz grave que era todo y nada a la vez.
Me arqueé hacia él. Busqué más. Más de sus labios, más de sus manos, más de su condenada y maldita esencia que me tenía hecha un desastre incluso dormida.
Y entonces de