La oscuridad se deslizaba por las paredes del castillo como un humo vivo, retorciéndose, respirando y tocando cada grieta como si estuviera en busca de algo que aún no había hallado. La luz parecía ser absorbida por el aire, y un frío antinatural se sentía en los pasillos silenciosos. La criatura que en algún momento fue Draven, sentada en un trono corroído por la magia negra, miraba el horizonte a través de una ventana rota.
-Shadowcrest... -murmuró la sombra con la boca de Draven-. Él será el primero en caer.
Lyanna se encontraba detrás de él, erguida como una sierva leal.
Su cara estaba pálida, las ojeras eran notorias y su expresión era vacía, como si la razón estuviera empezando a dejarla. Debido a que lo había hecho. Su mente se rompía un poco más cada día desde que fue exiliado, desde que perdió a su lobo y desde que sufrió la humillación pública. Ahora se sujetaba a la sombra como si fuera lo único que le quedaba.
- Conozco cada ruta -susurró Lyanna. Cada guardia, cada acce