La traición tiene un olor particular. No es algo que puedas explicar a quien nunca lo ha percibido, pero cuando has vivido lo suficiente en las sombras, desarrollas un instinto. Como un depredador que detecta la sangre en el agua.

Llevaba días sintiendo ese aroma invisible flotando por los pasillos de mi mansión. Alguien estaba jugando un doble juego bajo mi techo, y la sola idea me revolvía las entrañas. No era paranoia. Era certeza.

Observé el monitor de seguridad en mi despacho mientras repasaba mentalmente cada movimiento de las últimas semanas. Cada llamada sospechosa, cada ausencia inexplicable, cada mirada esquiva. El traidor estaba ahí, respirando mi mismo aire, sonriendo a mi cara mientras vendía información sobre Isabella.

Sobre nosotros.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Mateo, apoyado contra la pared con los brazos cruzados.

—Completamente —respondí sin apartar la mirada de las pantallas—. La filtración solo pudo venir de adentro. Nadie más sabía sobre el cambio de ruta cu