Deseaba que Eirik me abrazara y hallar refugio en sus brazos, pero algo no estaba bien, lo que veía era tan real como imposible. ¿Cómo podría Eirik cruzar el muro de vigilancia de los guerreros? Aunque su madre pudiera ayudarlo, no me parecía sensato que viniera a mi aldea arriesgándose y poniéndome en peligro a mí también.
Él se detuvo, como si pudiera sentir mi duda.
—¿Qué pasa, Lyra? Soy yo.
Quería creerle. Necesitaba hacerlo. Pero algo dentro de mí, una voz pequeña y persistente, me gritaba que nada era lo que parecía.
El viento volvió a soplar, y esta vez trajo un susurro que me heló la sangre.
—No confíes...
Mi garganta se cerró. Miré a Eirik, intentando encontrar una respuesta en su rostro, pero no pude evitar dar un paso atrás.
—Si eres tú, dime algo que solo tú sabrías —dije con un hilo de voz.
Frunció el ceño, herido por mi desconfianza.
—¿Qué estás diciendo, Lyra? Estás actuando raro.