El regreso a casa fue un trayecto envuelto en sombras y un peso que no solo cargaba en la caja metálica con el diario de mi padre, sino también en mis entrañas. Había regresado con la verdad, con una bomba que podía cambiarlo todo, y sin embargo, algo más se había instalado en el aire… una sensación incómoda, como si unos ojos invisibles me hubieran encontrado y no me soltaran ni un instante.

Desde el momento en que crucé el umbral de la casa, sentí la vigilancia pesada, casi tangible, rozando mi piel, siguiendo cada uno de mis movimientos. No era solo la paranoia de alguien que sabe que la traición acecha en cada esquina, sino algo real. Sabía que Roberto no se quedaría quieto. No después de que empezara a mover las piezas en su tablero. Él me estaba cazando.

Caminé por el pasillo con pasos medidos, tratando de mantener la calma, pero una sombra me siguió más cerca de lo habitual. Marcus, mi guardaespaldas principal, estaba más presente que nunca. Antes era una figura distante, un mu