El sonido del motor de un coche de alta gama rompió el silencio contenido de la casa. Dimitrix entró, cerrando la puerta con la confianza de un hombre que regresa a su propiedad. En el vestíbulo, vio a su abuela sentada en el sofá, leyendo una revista, y a Isabella inmóvil al pie de la majestuosa escalera, su figura esbelta en el luto contrastando con el lujo del entorno.
Dimitrix se acercó primero a la anciana y le dio un beso tierno en la mejilla.
—Huele delicioso, abuela —dijo, sonriendo genuinamente ante el olor a comida casera.
—Así es, hijo. Tu esposa acaba de hacerte la cena, y déjame decirte, cocina muy bien. ¡Tienes suerte! —replicó la abuela, con un brillo orgulloso en sus ojos.
—¿Ah, sí, abuela? Y dime algo, ¿le dijiste cuál es mi plato favorito?
—¡Por supuesto que sí! —La abuela rio, satisfecha de su papel de casamentera—. Ahora ve y dale un beso a tu esposa, que está muy guapa y necesita un poco de cariño después de estos días.
Isabella seguía anclada en la esquina de las