Elio la observó como si de pronto no reconociera a la mujer que lo crió.
El tono de su madre, tan frío, tan calculador, lo hizo sentir como un extraño en su propia vida.
—¿Madre… cómo puedes decirme eso? —dijo en voz baja, incrédulo—. ¿Acaso no te das cuenta de lo que estás diciendo?
—Lo que te digo es por tu bien —interrumpió Roxana con tono autoritario—. Laura viene de una familia poderosa; puede abrirte muchas puertas. Ella te dará estabilidad, respeto, futuro. Esa tal Cristina solo te distrae, te debilita, te hace perder el rumbo.
Elio apretó los puños con fuerza. Sentía la sangre arderle bajo la piel.
—¡No me hables de futuro cuando me has robado el pasado! —le gritó con rabia contenida—. Por tus mentiras, Cristina me alejó de Isaac. Por tus mentiras, ella creyó que yo ya estaba con otra mujer, que había reemplazado a mi familia. ¡Tú destruiste todo lo que amaba!
Roxana se levantó de su silla con elegancia, como si nada de lo que él dijera la afectara.
—Ya el daño está hecho, hij