Cristina estaba sentada en la cama junto a su hijo. Isaac jugaba con un coche diminuto, pero su mirada se perdía en los movimientos lentos de su madre. Ella lo observó con ternura, tomó su mano con suavidad y, con voz temblorosa, le dijo:
—Hijo… hoy nos iremos con tu padre.
Isaac levantó la mirada, confundido.
—¿Nos vamos a vivir con papá?
Cristina asintió despacio, intentando sonar tranquila.
—Así es, mi amor. Dime… ¿Te agrada la idea de vivir con tu padre?
El niño bajó la vista, moviendo el cochecito sobre la colcha.
—La verdad, no lo sé, mamá. Se siente raro… —confesó con una sinceridad que partió el corazón de Cristina—. Yo… en verdad no lo sé, mamá. Pero si tú quieres vivir con papá, yo seré feliz viéndote feliz.
Cristina lo abrazó con ternura y sonrió, aunque por dentro todo su mundo temblaba.
—Lo más importante, hijo, es que tú seas feliz. Eso es lo único que quiero.
Isaac la abrazó con fuerza, y por un momento ella deseó que el tiempo se detuviera allí, entre esos brazos peque