La escena quedó suspendida en el aire, con los tres atrapados entre el pasado, el amor y el dolor. El silencio se volvió insoportable. Cristina, con el corazón latiéndole con fuerza, miró a Elio, que aún respiraba con dificultad, la sangre marcándole el labio. Luego, su mirada se dirigió a Rubén, que permanecía quieto, con el rostro endurecido por la impotencia.
—Cristina —dijo él, con voz tensa, dando un paso hacia ella—. Déjame hablar contigo, Cris… por favor.
Ella bajó la mirada, temblando. Había demasiadas emociones dentro de su pecho, todas mezcladas, todas confusas. Cuando volvió a alzar los ojos, lo miró con tristeza.
—Lo siento —susurró—, pero yo no tengo nada que hablar contigo.
Las palabras salieron frías, pero su voz se quebró al final. Rubén sintió como si alguien le arrancara el alma.
Elio, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano, soltó una carcajada amarga.
—Ya la escuchaste, imbécil. Ahora lárgate.
Rubén lo fulminó con la mirada, pero no respondió. Su vi