Capítulo 41

La casa estaba en silencio.

La casa estaba en silencio. El tic-tac del reloj en la pared era lo único que se movía, pero todo lo demás estaba en suspenso. Los familiares más cercanos se habían reunido en la sala principal donde descansaba, sobre una mesa cubierta con un mantel blanco bordado, la urna con las cenizas del abuelo de Cristina. El aire olía a flores y a cera, pero también a nostalgia, a fantasmas que se arrastraban entre los muebles.

Cristina estaba de pie en medio de la sala, con los ojos rojos y el corazón destrozado. Miraba la urna como si todavía pudiera escuchar la risa del abuelo resonando en las paredes de esa casa. Sus manos temblaban ligeramente, apretadas una contra la otra, intentando reprimir las lágrimas. Pero en su interior, todo él gritaba.

El ruido de las conversaciones se desvaneció, como si alguien hubiera atenuado el volumen del mundo. La puerta principal se abrió lentamente; Elio entró, don José tras él. Todos se giraron para mirarlos, sorprendidos p
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