A la mañana siguiente, Cristina se levantó temprano. Salió de su habitación con la sensación habitual de quien quiere aprovechar el día y, al llegar a la sala, encontró a Jessica sentada en el sofá, con una taza de café humeante entre las manos. Cristina le dedicó una sonrisa cansada.
—Buenos días —dijo Cristina al sentarse junto a ella.
—Buenos días —respondió Jessica, ofreciéndole la taza—. ¿Cómo amaneciste?
—Bien —contestó Cristina, intentando que la voz sonara más firme de lo que sentía.
Jessica insistió y le sirvió una taza recién hecha.
—Toma, así despiertas de verdad.
Cristina tomó la taza entre las manos; el calor le dio un leve consuelo.
—Gracias —murmuró—. ¿Isaac sigue aún dormido?
—Sí —contestó Jessica—. Menos mal; anoche se quedó dormido tarde.
En ese instante el teléfono de Cristina comenzó a sonar sobre la mesa. Miró la pantalla y vio el nombre de su madre: «Emma». Un escalofrío cortó la tibia calma de la mañana.
—Es mi madre —dijo, con la respiración un poco más rápida—