Cristina estaba en la cocina preparando la cena, mientras Elio jugaba con Isaac en la sala. El sonido de las risas infantiles llenaba el ambiente, como una melodía cálida que hacía olvidar, aunque fuera por un instante, todos los problemas.
De pronto, el teléfono de Cristina comenzó a sonar. Elio levantó la vista, curioso, observando cómo ella se secaba las manos con una toalla y tomaba el celular. Cuando vio el nombre en la pantalla, su rostro se iluminó con una sonrisa que no pasó desapercibida para él.
—¿Aló? —dijo Cristina con voz suave.
—Hola, amor… —¿Cómo estás? —la voz de Rubén llegó clara, cargada de ternura.
Cristina suspiró.
—Bien… ¿Y tú?
—Estoy bien, pero me tenías preocupado. ¿Por qué no habías llamado? —preguntó él con un matiz de reproche contenido.
—Discúlpame, Rubén —respondió ella con sinceridad—. He estado ocupada… ya sabes, Isaac, la casa, algunas diligencias.
—Yo también he tenido días llenos —explicó Rubén—. Firmas, reuniones, pendientes… No he parado ni un segund