—¿Laura? —dijo Elio, sorprendido, al verla entrar.
La mujer avanzó con paso firme, llevando de la mano a un niño de ojos brillantes.
—Así es como nos recibes, Elio. —Su voz estaba cargada de reproche—. Un año sin vernos, sin ver a tu hijo, ¿y esa es la cara de felicidad que pones?
Don José, que aún permanecía en el despacho, miró a su nieto y luego posó la vista en el niño. Se acercó con ternura y abrió los brazos.
—Ven aquí, mi bisnieto querido.
—¡Abuelo! —exclamó el pequeño corriendo hacia él—. ¿Cómo has estado?
—Bien, hijo, bien —respondió el anciano acariciándole el cabello—. Y tú, ¿cómo estás?
—También bien, abuelo.
Don José lanzó una mirada significativa a Elio y, tras un breve silencio, dijo con calma:
—Tengo que irme. Nos vemos en la mansión. —Se despidió con un gesto y salió del despacho.
Elio suspiró hondo, intentando ordenar sus emociones. Se inclinó hacia su hijo y le sonrió.
—Ven aquí, dame un abrazo.
El niño corrió a sus brazos y lo estrechó con fuerza.
—Te amo tanto, pa