Él apretó los puños sobre sus rodillas, luchando contra los recuerdos que lo asaltaban. Cinco años atrás, su orgullo y sus errores habían destrozado lo que más amaba. El dolor lo atravesaba ahora con más fuerza que nunca.
—Siento lo que hice en el pasado, Cristina… —Su voz se quebró apenas. Bajó la mirada, reconociendo su culpa—. Sé que mis padres no fueron amables contigo, y yo decidí ignorarlo. Permití que te humillaran, que te lastimaran… y no hice nada.
Cristina tragó saliva. Sintió la opresión en el pecho, como si las palabras de Elio hubieran abierto heridas que aún no sanaban.
—Está bien… —respondió en un susurro—. Te perdono. Todo eso ya es cosa del pasado. Prefiero no pensar en esos recuerdos.
Elio levantó la mirada de inmediato; sus ojos brillaban de alivio.
—Gracias, Cristina. —Su corazón se aligeró un poco con esas palabras, aunque la herida seguía abierta.
Pero entonces la pregunta que lo había atormentado durante días brotó de sus labios antes de que pudiera contenerse: