Cristina caminó hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con suavidad, intentando que nadie notara la tensión que la atravesaba. El teléfono seguía sonando en su mano; cada vibración le parecía un martillazo en el corazón. Dudó un instante, tragó saliva y, finalmente, deslizó el dedo para contestar.
No salió ninguna palabra de sus labios. Guardó silencio, apretando el celular contra su oído, esperando a que él dijera algo.
—Hola, Cristina... —La voz de Elio, grave y encantadora, llegó al otro lado de la línea—. Hacía tiempo que no te veía.
Cristina cerró los ojos con fuerza, como si aquella voz pudiera derrumbar el muro que había levantado a su alrededor. Apretó el celular con más fuerza.
—¿Cómo estás? —añadió él con una calma inquietante.
Cristina suspiró. El aire le quemaba en el pecho.
—¿Qué quieres? —respondió finalmente, con frialdad, dejando cada palabra cargada de distancia.
Elio sonrió del otro lado, aunque aquella sonrisa llevaba un matiz irónico.
—¿Podemos vernos? —d