Cristina jadeaba suavemente, aún recuperándose del beso arrebatador que Rubén le había dado. Sus labios ardían, su corazón palpitaba con una fuerza que no recordaba haber sentido en años. Había algo en ese hombre que la desarmaba, que la hacía temblar entre el deseo y el miedo.
—R-Rubén… detente —susurró, con voz entrecortada, apoyando ambas manos sobre su pecho firme.
Él, con los ojos brillantes de pasión, se contuvo. Retiró sus labios apenas unos centímetros y la observó con una sonrisa que mezclaba ternura y satisfacción.
—Lo siento, Cris —dijo con voz ronca, rozando sus labios suavemente otra vez, como si no pudiera resistirse—. No quería asustarte… pero no podía callar más lo que siento.
Cristina escondió el rostro en su pecho, avergonzada de su propia debilidad. Sentía que si levantaba la vista y volvía a encontrarse con sus ojos, perdería la poca fuerza que le quedaba para mantener distancia.
—Me robaste el aire… pensé que me ahogaba —dijo entre jadeos, tratando de sonar molest