– El whisky y la confesión
El ascensor privado de la presidencia no estaba en el piso cuarenta y dos. Para Óscar Caruso, la escalera parecía la única opción. Salió de la sala de juntas con la carpeta de cuero arrugada bajo el brazo, pero sin sentir su peso. En su mente, solo resonaba un número: 0.0%.
Su visión era un túnel nublado. Cruzó el inmenso pasillo que conducía a su oficina, un hombre despojado de toda dignidad, sin el porte del patriarca, sin el aura del presidente. Los empleados, que hacía tan solo unas horas lo habían visto retomar el trono con una tristeza digna, ahora lo miraban con horror.
Óscar caminaba como un sonámbulo. Sus movimientos eran rígidos y descoordinados. La corbata de seda, que minutos antes Elena le había ajustado con precisión, ahora le ahorcaba el cuello. Sus ojos estaban fijos en un punto inexistente, y sus mejillas, normalmente sonrosadas por la vida próspera, estaban hundidas y pálidas.
Se escucharon murmullos.
—¿Qué le pasa al señor Óscar?
—Parece q