Del otro lado, un vehículo privado las esperaba en la pista. Y junto a él, Rubén, de pie con las manos en los bolsillos, sonriendo como si lo tuviera todo bajo control. A su lado, un capitán vestido con uniforme impecable las observaba con atención.
Cuando se acercaron, el capitán las saludó con cortesía:
—Buenos días, señoritas.
—Buenos días —respondieron ambas al unísono.
—Pueden subir cuando gusten —añadió él, haciendo un gesto hacia las escaleras de la avioneta.
Jessica soltó un suspiro contenido y se lanzó a subir primero. Cristina la siguió, con el corazón latiendo fuerte, mientras Rubén subía detrás de ellas.
El interior de la cabina era amplio y elegante, con asientos de cuero beige y ventanas amplias. Cristina se acomodó junto a la ventana; Jessica se sentó frente a ella, mirando todo con ojos brillantes como una niña que ve un castillo por primera vez.
Rubén, antes de sentarse, se inclinó un poco hacia ellas.
—No duden en llamarme si necesitan algo más —dijo, con voz firme,