Capítulo 89. El lobo en la puerta.
Bennet hizo una señal a su equipo. Los hombres se movieron con la fluidez del mercurio, deslizándose entre las sombras del granero y los arbustos, rodeando la casa en silencio.
Ares se quedó solo frente al vehículo oxidado por un segundo más. Pasó la mano por el capó frío y sucio.
—Te encontré —susurró—. Te prometí que te encontraría.
Se ajustó la chaqueta, ocultando el arma en la funda de su espalda, y comenzó a caminar hacia el porche. Sus pasos eran pesados, deliberados. Cada metro que avanzaba era un metro menos de distancia entre él y la mujer que le había robado el alma.
El polvo del aterrizaje se asentó, pero la tensión en el aire era tan espesa que podía cortarse con un cuchillo. Ares subió el primer escalón del porche. La madera crujió bajo su peso, un sonido seco que resonó como una advertencia.
Se detuvo frente a la puerta cerrada. Podía escuchar, muy levemente, el sonido de voces susurradas en el interior.
Ares Valerián levantó el puño. No iba a pedir permiso. Iba a reclam