Capítulo 77. Antes de romperlo todo.

Cuando salió de ver a Lena, Ares entró al baño, se quitó la ropa por inercia y se metió a la ducha. El agua caía hirviendo sobre su piel, pero él no la sentía. Podría haber sido ácido o hielo, y la sensación habría sido la misma: una nada absoluta.

De pie bajo la ducha, con los azulejos de mármol negro empañados por el vapor, Ares se frotaba el pecho con una esponja áspera, una y otra vez, hasta que la piel se enrojeció y amenazó con sangrar.

Quería quitarse el barro del río. Quería arrancarse el olor a tierra mojada, a tormenta y a muerte que se le había incrustado en los poros. Veía el agua arremolinarse en el desagüe, teñida de marrón y gris, llevándose la suciedad física de la noche, pero la mancha que llevaba por dentro, esa oscuridad viscosa y fría que se había instalado en su alma al ver aquel trozo de tela azul en la orilla, esa no se iba.

Golpeó la pared una y otra vez sin dejar de maldecir.

—¡Maldita seas, Lena! Por arrancarme a la mujer de mi vida.

Segundos después, cerró
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