Capítulo 36. Ella era virgen.

Las palabras se habían esfumado. Ya no existían las disculpas, los miedos o las dudas. Solo quedaba la verdad cruda y palpable que ardía entre sus cuerpos.

El beso que Ares le imprimió en ese momento no fue de perdón, ni de ternura. Fue de hambre. Un hambre feroz, acumulada por semanas de tensión, de deseo negado y de una batalla interna que los había consumido a ambos.

Cuando se separaron por un instante para quitarse el resto de la ropa, el aire que respiraban era espeso, cargado del calor de sus pieles. Lyanna yacía bajo él, desnuda y vulnerable, pero en sus ojos no había rastro de la frágil mujer a la que habían herido. Había una mujer que ardía, que contestaba cada mirada de Ares con un desafío igual de intenso.

—Dime que no —susurró él, su voz, un ronquido áspero contra sus labios, mientras sus manos recorrían su cintura, sus caderas—. Es tu última oportunidad.

Lyanna no dijo nada. En su lugar, enlazó sus manos en su nuca y lo atrajo hacia sí, sellando su respuesta con un beso
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