Capítulo 23. El pecado original. 

El avanzó. No con la furia descontrolada del restaurante, sino con una lentitud deliberada que era mil veces más aterradora.

Cada paso que daba resonaba en el silencio, un latido de tambor que anunciaba lo inevitable. Su mirada gris, cargada de una tormenta de deseo y posesividad, la recorría de la cabeza a los pies, quemando donde tocaba.

Lyanna sentía cómo el pánico y una excitación prohibida se enredaban en su vientre. Sus manos, aferradas instintivamente a su pecho, eran su última y débil barrera.

Ares se detuvo justo frente a ella. Tan cerca que el calor de su cuerpo rozaba su piel desnuda. El aire olía a su colonia, a lluvia y a deseo.

—Quita las manos —ordenó, su voz un susurro ronco que le erizó la piel.

Era una orden, pero sonaba a súplica.

Lyanna, atrapada en la red de su mirada, sintió cómo sus dedos perdían la fuerza. Lentamente, como en un sueño, sus brazos cayeron a los lados, exponiéndose por completo ante él. Un sonido gutural, casi un gruñido, escapó de la garga
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