Vladislav
La noche se cernía sobre el castillo como un manto de terciopelo negro. Desde mi ventana, observaba las sombras alargarse sobre el bosque mientras la luna se elevaba, pálida y fría, como un recordatorio constante de ella. De Luna. Mi Luna.
El silencio fue interrumpido por tres golpes secos en la puerta de mi estudio. No necesitaba preguntar quién era; el aroma de Mikhail, mi segundo al mando, era inconfundible.
—Adelante —ordené sin apartar la mirada del horizonte.
Mikhail entró con paso firme pero cauteloso. Después de siglos a mi servicio, sabía reconocer cuando traía malas noticias.
—Vladislav, tenemos confirmación. El clan Morozov ha cruzado nuestras fronteras al norte. Nuestros centinelas han avistado a sus exploradores a menos de veinte kilómetros del castillo.
Cerré los ojos un instante, permitiéndome sentir la ira antigua que bullía en mi interior. Los Morozov, eternos rivales de los Vasiliev, habían mantenido una tregua frágil durante décadas. Ahora, con mi unión co