Luna
Tres días habían pasado desde nuestro último encuentro. Tres días en los que intenté mantener la distancia física con Vladislav, aunque su presencia en mi mente era constante. El vínculo entre nosotros palpitaba como una herida abierta, recordándome que, por mucho que quisiera alejarme, una parte de mí estaba irremediablemente unida a él.
Las noches eran lo peor. Me despertaba empapada en sudor, con su nombre en los labios y la sensación fantasmal de sus manos sobre mi piel. Era como si mi cuerpo lo recordara, lo anhelara, a pesar de que mi mente intentaba resistirse.
Aquella noche no fue diferente. Me incorporé en la cama, jadeando, con el corazón martilleando contra mis costillas. Pero esta vez había algo más. Una sensación punzante, como si alguien estuviera clavando agujas en mis nudillos. Dolor. Un dolor que no era mío.
Me levanté y me acerqué a la ventana. La luna llena bañaba los jardines con su luz plateada, convirtiendo el paisaje en un escenario fantasmal. Y entonces lo