Vladislav
La oscuridad me envolvía como un manto familiar. No era la nada absoluta, sino ese espacio entre la vida y la muerte que he visitado tantas veces a lo largo de mis siglos de existencia. Flotaba en ese limbo, consciente de que mi cuerpo luchaba por regenerarse. El veneno había penetrado más profundo de lo que imaginé, corroyendo cada célula, cada fibra de mi ser inmortal.
Sentí el tiempo pasar de manera extraña, como gotas de agua que caen lentamente en un estanque infinito. A veces, percibía voces lejanas, susurros que no lograba descifrar. Otras veces, un calor reconfortante me anclaba a este mundo, impidiéndome desvanecerme por completo.
Y entonces, como si emergiera de las profundidades de un océano oscuro, abrí los ojos.
La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por algunas velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes. Mi cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo hubiera sido reemplazado por plomo. El dolor, aunque presente, era soportable. Una se