POV. CIARA EMILIA
Pero lo peor no es la bofetada, sino lo que significa: la confirmación de que estoy sola en este infierno. Una mujer que está cerca interviene de inmediato, alzando la voz. —¡Usted! ¿Quién se cree para golpear a esta jovencita? ¿Acaso no sabe que eso es un atropello? Varias personas comienzan a girar la cabeza hacia nosotros. Escucho murmullos de indignación que se esparcen en el ambiente. —Es un salvaje. —Miren cómo le rompió el labio. —Pobre chica. Macías aprieta mi brazo, tratando de arrastrarme para salir de aquí. —Señora, no se meta en lo que no le importa —gruñe, tenso. Pero la mujer no retrocede. Se cruza en nuestro camino, con la mirada encendida. —¡Sí me importa! Ella es una mujer y usted la golpeó frente a todos. ¿Acaso no ve que necesita ser atendida por un médico? Su labio no ha dejado de sangrar. Las voces a su alrededor se elevan, cada vez más cargadas de molestia. Varias personas empiezan a increpar a Macías, y la tensión crece. Sus guardaespaldas reaccionan de inmediato, rodeándolo para protegerlo… y, por un instante, se olvidan de mí. En medio del caos, una mano me toma y me jala con firmeza. —Vamos —susurra una voz conocida. Giro el rostro, sintiendo el latido acelerado de mi corazón. —¿Pam…? —Corre. Luego me das los besos y abrazos… Todo a mi alrededor parece una película de acción. Una mujer que va junto a Pam me empuja hacia uno de los baños. —¡Rápido, niña! Cámbiate de ropa —me ordena con voz seca y fría, lanzándome una bolsa con ropa. Me quedo inmóvil, sin saber qué hacer. —Muévete, ¿o acaso quieres seguir con tu viaje? Niego con la cabeza, mi mente se llena de caos y una sensación de pánico recorre mi cuerpo. Empiezo a desvestirme mientras mis manos torpemente tiemblan. —Confía, ellas son enviadas por mamá —dice Pamela. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que había otra mujer con el cabello rojo, casi idéntico al mío, y una fisionomía sorprendentemente similar. Ella empieza a vestirse con mi ropa. Mi corazón late con fuerza, mi respiración se corta y una mezcla de miedo y adrenalina me embarga. La bolsa que me pasó contiene ropa de hombre, ligeramente holgada, pero perfecta para pasar desapercibida. Además, hay una peluca rubia, un gorro, unos anteojos oscuros y guantes. Chantall pensó en todo. La mujer que se parece a mí salió primero, mientras termino de vestirme. Pam me ayuda con la peluca. Siento mi cuerpo temblar, la tensión me recorre por completo. —¿Listo? —pregunta la mujer. Asiento, sintiendo cómo mis manos tiemblan, incapaz de controlarlas. —Toma, lleva esta maleta para disimular el temblor que tienes y camina con movimientos más bruscos, exagerados que parezcan de un hombre. No los de una princesita —su tono es más una orden que una sugerencia. —Tú —dice, señalando a Pamela—, sal adelante. Mi compañero te conducirá al avión. Intento protestar, la mujer es una extraña, no sé si puedo confiar en ella. —Tranquila, princesa, mi misión es sacarte de aquí sana y salva… pero necesito que cooperes. —Emi, no te preocupes, todo saldrá bien. Te espero en el avión. Asiento, aunque el temor me invade. Al salir del baño, me cruzo con mi hermano, quien no me reconoce. Sé que me está buscando, y el miedo me oprime el pecho. —¡Maldit@ estúpid@! ¡Verás lo que te haré cuando te atrape! —lo escucho refunfuñar furioso. —Mirada al frente —me susurra la mujer que va a mi lado—. Tú puedes. Sólo unos pasos más y estaremos en el ala privada. Hago lo que me dice, aunque mi corazón late desbocado, sintiendo que en cualquier momento podrían atraparme. —¡Señor, está saliendo del aeropuerto! — escucho grita uno de sus guaruras de mi hermano, haciendo que mi pulso se acelere aún más y por un instante siento que pierdo el equilibrio. —Tranquila ellos están buscando a una mujer pelirroja —me recuerda la mujer que ha estado a mi lado. Finalmente, llegamos al avión y, al verlo, siento que puedo respirar. El alivio me invade. —¡Dios, gracias… gracias! —grito eufórica, sin poder contener mi emoción. Mis piernas aún tiemblan, pero ahora es por el miedo que empieza a desvanecerse. No puedo creerlo… —. ¡soy libre! Veo a Pamela y, sin pensarlo, me lanzo a sus brazos. —Gracias, les debo mi vida a ti y a tu mamá. Ustedes son mis salvadoras. Les estaré eternamente agradecida por haberme ayudado a escapar —digo, con las lágrimas recorriéndome el rostro. Pamela me abraza mientras sollozo desconsolada, pero de felicidad. Pensé que nunca saldría de esa prisión, que mi vida sería un tormento sin fin. —Amiga, ya pasó todo. Ahora, una nueva vida te sonríe —me consuela, acariciando suavemente mi cabello. —Sé que mi padre no se quedará tranquilo, debe estar buscándome por cielo y tierra —digo, llena de temor. —No te preocupes, mamá convenció al Ruso de adelantar la fecha de encuentro… Con ese dinero, podrás iniciar una nueva vida. —Amo a tu mamá, será mi manager eterna —respondo con una sonrisa, aliviada por su apoyo. —Por favor, tomen asiento —nos pide la azafata con voz suave. Asentimos y nos sentamos. Pamela me mantiene abrazada, y no sé en qué momento caigo profundamente dormida en los brazos de Morfeo. —Emi, despierta, casi llegamos —escucho la voz de Pam llamándome suavemente. Abro los ojos lentamente, sintiendo aún los restos del sueño, y comienzo a observar el entorno con calma. —¿Tan rápido? —pregunto, aún sorprendida. Ella aparta unos mechones de mi rostro con ternura. —Debemos hacernos unas buenas mascarillas para desinflamar esos ojos y desaparecer las enormes bolsas que tienes debajo. Te aseguro que, si el Ruso te ve así, saldrá corriendo —me dice con una sonrisa traviesa. Mis ojos se abren como platos. "No puedo estar tan horrible… ¡él no puede huir! Ese dinero es mi pase a un nuevo mundo." Debo lograr que me quiera, al menos por una semana. Con ese dinero, ya no tendré que empezar desde cero. —Debemos comprar las mejores mascarillas, él no puede salir corriendo —digo, apresurada. Pam suelta una sonora carcajada. —Alto, Emi, vamos despacio. A pesar de esas horribles ojeras, te ves hermosa. Solo asegúrate de no babearlo como hiciste con mis piernas… o ahí sí que lo espantas. —Pam, qué pena, pero caí como una foca. Llevaba tantos días sin dormir… —me disculpo, avergonzada. Ella sonríe y se levanta destellando felicidad. —Ya deja de disculparte tanto. Muévete, tienes que darte una ducha y cambiarte de ropa —dice, pasándome una valija junto con un abrigo. Levanto una ceja, olvidando por completo que sigo vestida como un chico. —Debes ponerte algo más adecuado y sexy. Es posible que tu galán ya nos esté esperando, y no te puede ver vestida de hombre o pensará... —la interrumpo. —¡Qué bruta soy! —exclamo, mirando la ropa que llevo puesta, dándome cuenta del error. Tomo la maleta y me levanto. Miro a mi alrededor, completamente impresionada. El avión es increíble, súper confortable. Veo a Chantall en una de las mesas de adelante, conversando con alguien. Lo asumo por las dos copas de vino en la mesa. —Ven, te acompaño a la habitación —me dice Pam, tomándome de la mano. —¿De quién es este avión? —pregunto, curiosa. Detecto una leve tensión en su rostro. —De un amigo —interviene Chantall con calma y una seguridad que me tranquiliza. —Es hermoso —respondo, admirando el lujo a mi alrededor. Los asientos de cuero gris, los detalles en madera de cedro y la iluminación tenue mantienen un ambiente sofisticado. Las mesas en el centro separan los asientos, y todo grita exclusividad y riqueza. —Así es. Ve a arreglarte, pronto aterrizaremos y debemos estar en nuestros lugares. Asiento, sin dudarlo. Pamela me toma de la mano y me lleva a la habitación. Es pequeña, pero lujosa, con una cama amplia, un baño privado y un tocador con espejo. La luz suave del lugar le da un toque acogedor, casi como si estuviera hecha para relajarme. Dentro de la maleta encuentro un hermoso conjunto de ropa interior azul petróleo… ¡me encanta! También hay una caja delicada, y en ella un precioso y elegante vestido del mismo tono, que sé que se ajustará a mi cuerpo como un guante. Además, perfume y maquillaje, todo perfectamente elegido. Es como si hubiera sido hecho especialmente para mí. Me doy una ducha rápida, me visto y Pam me ayuda a maquillarme sutilmente. —Listo. Estás hermosa para conquistar al Ruso… y al mundo. —Gracias —le digo, sonriendo a través del espejo, agradecida no solo por su ayuda, sino por todo lo que ha hecho por mí. La azafata avisa que debemos tomar asiento. El avión está por aterrizar. Rápidamente salimos de la recámara y nos dirigimos a nuestros lugares. Unos minutos después aterrizamos en el Aeropuerto de Lyon-Saint Exupéry, después de un vuelo de un poco más de dos horas desde el Aeropuerto de Dublín. Al bajar del avión, varias camionetas 4x4 imponentes y lujosas, con vidrios polarizados, nos esperan. —¿El amigo de tu mamá, mínimo debe ser un jeque? Todo esto grita a dólares —bromeo, mirando las camionetas. Pamela se incomoda ligeramente y hace una pequeña mueca. —Algo así —responde con poco ánimo. Me echo a reír mientras la observo, negando con la cabeza. —¿Es en serio? —pregunto, viendo cómo se tensa—. Pam, tu mamá es una mujer joven y hermosa, tiene todo el derecho de rehacer su vida. Qué mejor si es con alguien que le pueda dar todo lo que se merece. La observo exhalar profundamente, como si estuviera procesando mis palabras. —Sí, lo sé. Debo madurar —responde con una risita nerviosa. Solo ruedo mis ojos y me concentro en el hermoso paisaje de los Alpes Franceses. —¿A dónde nos dirigimos? —le pregunto a Pam, curiosa. —Al Lago de Aiguebelette. Según lo que investigué, está ubicado en Saboya, es conocido por sus aguas turquesas y su entorno natural. También leí que Aiguebelette es muy tranquilo, con pocos turistas. Además, estamos en verano y el clima es cálido, ideal para nadar y hacer caminatas cortas. Aunque creo que no saldrás de la cama —dice con una sonrisa traviesa. —¡Guau! Pensé que siempre hacía frío por aquí —respondo, sorprendida. Aunque está relativamente cerca de mi casa, el dictador nunca nos permitió disfrutar de un viaje. Me quedo embobada observando el paisaje. Las montañas imponentes y los árboles florecidos, los cerezos con sus flores blancas y rosadas, los álamos con sus hojas verdes… y, por supuesto, los sauces. Todo es tan precioso que no puedo apartar la vista. —Todo es tan hermoso. Debo agradecerle al Ruso su buen gusto —susurro, asombrada. Entramos por un sendero privado, rodeado de un frondoso bosque de árboles, con una vista espectacular del Lago de Aiguebelette. Desde lo alto de la colina, puedo ver un par de cabañas de madera, tan hermosas como lujosas, todo en perfecta armonía con el entorno.