5. Mi virginidad.

POV CIARA EMILIA.

Llegamos a la cabaña es hermosa, construida en madera y piedra. Sus grandes ventanales deben ofrecer una espectacular vista a las montañas y el bosque.

—Gracias —agradezco al conductor al bajar, sintiendo la calidez de la brisa en mi rostro—. Qué clima tan delicioso.

Él solo asiente con el rostro inexpresivo y me ayuda a bajar las maletas.

—Señorita, ¿Dónde quiere que las deje?

—En la habitación —respondo distraída, mientras recorro el lugar con la mirada.

La chimenea de piedra domina el espacio, irradiando una calidez acogedora.

Frente a ella, un par de tapetes de piel descansan sobre el suelo de madera pulida. Los muebles, con su aire rústico, están tallados en una madera fina que mezcla elegancia con sencillez.

A un lado, una puerta de vidrio conecta la majestuosidad de la naturaleza con el interior.

Siento un pequeño retorcijón en el estómago al pensar:

"El Ruso está cerca".

Mi cuerpo se estremece, un escalofrío recorre mi espina dorsal. Aún así, en mis labios se ciñe una pequeña sonrisa. La seguridad y la convicción se mantienen firmes en mí.

—Señorita, ya he dejado las maletas en la habitación. ¿Necesita algo más? —pregunta el conductor con su tono profesional.

Niego con la cabeza.

—Estaré afuera por si se le ofrece algo más.

—Muchas gracias.

Respiro hondo y continúo mi recorrido sola, en busca de la habitación para darme una ducha.

Pam y Chantall decidieron quedarse en la otra cabaña. Intenté quedarme con ellas un poco más, buscando refugio en su compañía, pero Chantall fue tajante: debía venir a alistarme.

Al encontrar la recámara, ingreso y, sin pensarlo, dejo que los sentimientos que había estado conteniendo me embarguen.

"¡Dios! Aún siento mi corazón latir a mil!".

Mi respiración se acelera y mis ojos se cristalizan.

"Estoy aquí libre, sin cadenas".

Me arrodillo al borde de la cama, hundiendo los dedos en la suave colcha.

—Dios, perdóname… no te he agradecido por haberme salvado de esa vida miserable…

Las lágrimas brotan sin control.

—Te prometo que nunca más volveré a vender mi cuerpo… pero… debo hacerlo.

Aprieto los labios y limpio las lágrimas con la manga de mi suéter.

—Te juro que utilizaré mi carrera para ser la voz de aquellas mujeres sometidas… y esta será la primera y última vez que negocie con mi cuerpo de manera íntima.

Miro al techo, como si allí estuviera Él para darme una respuesta.

—Gracias, Diosito, no te prometo estar cada domingo en una iglesia, pero sí dedicarte un par de oraciones cada día.

Cuando la calma regresa, me pongo de pie y observo la recámara con más detalle. Es enorme, con un clóset incrustado en la pared.

El baño tiene un jacuzzi, perfecto para relajarse, pero no sé si podré permitirme ese lujo esta noche.

Voy a la cocina en busca de algo para beber. El diseño es compacto pero funcional, con una pequeña isla en el centro. Abro las gavetas: todo está en perfecto orden, bien equipado.

En el refrigerador, encuentro comida precocida, suficiente para no cocinar. En una de las repisas hay varias botellas de vino.

Tomo una y de la alacena saco una copa.

Esta noche, me permitiré relajarme.

El sabor del alcohol no me es ajeno. El Dictador me enseñó que beber con clase era cuestión de glamour y estatus. Desde los 16 años, cada comida debía acompañarse con una copa de vino.

Si su humor era bueno y los negocios iban bien, nos concedía el privilegio de beber un poco más. Pero solo un poco.

Destapo la botella y sirvo el líquido transparente en la copa. Dejo que el aroma se mezcle con el ambiente mientras coloco música suave, de esas que llaman "de planchar".

—Salud… por un nuevo comienzo —susurro antes de dar un sorbo.

Desempaco mi maleta y organizo lo justo para que no se note el desorden, mientras la tina se llena lentamente.

El sonido del agua cesa, indicando que ya está lista. Me despojo de la ropa y hurgo entre los productos del baño. Hay de todo: jabones artesanales, velas aromáticas y una colección de aceites naturales. Cada detalle cuidadosamente elegido.

"Definitivamente, el Ruso sabe cómo complacer a una mujer."

Me sumerjo en la tina, dejando que el calor relaje cada músculo tenso de mi cuerpo. Cierro los ojos y coloco mis audífonos. La voz de Natalia Jiménez inunda mis sentidos mientras tarareo la letra de Creo en mí, dejándome llevar por su fuerza.

"Ya me han dicho que soy buena para nada

Y que el aire que respiro está de más.

Me han clavado en la pared, contra la espada,

He perdido hasta las ganas de llorar."

Siento un nudo en la garganta. Cierro los ojos disfrutando la música. Grito a todo pulmón, sintiéndome identificada con cada palabra.

"Pero estoy de vuelta,

Estoy de pie y bien alerta.

Eso del cero a la izquierda

No me va."

Disfruto de la calidez del agua, de mi libertad. Por fin soy dueña de mi destino.

"No me asustan los misiles ni las balas,

Tanta guerra me dio alas de metal.

Vuelo libre, sobrevuelo las granadas,

Por el suelo no me arrastro nunca más."

—Tienes una hermosa voz.

La profunda voz masculina me saca de mi trance. Sobresaltada, abro los ojos y veo a un dios griego escapado del Olimpo. Ese hombre es… divino.

Sus ojos azules me atraviesan con intensidad, su cabello oscuro resalta la perfección de sus facciones cinceladas. Su cuerpo es la definición de fuerza y elegancia, imponente en sus casi dos metros de estatura. Sus brazos son grandes, fuertes, y ese porte que gasta… Maldita sea, creo que yo debería ser la que le pagara a él.

—¿Ya terrminaste de obserrvarrme? —pregunta el Ruso, arqueando una ceja con diversión.

Mi rostro arde al instante. ¡Mierda! Estoy segura de que estoy más roja que mi propio cabello.

Y luego está su maldito acento, ese arrastre en las erres que hace que mi centro se humedezca y palpite con descaro. Este hombre ha sido hecho para mí.

Muerdo mi labio, pero no de vergüenza, sino para evitar que se me caiga la baba.

—Aún no, te puedes dar una vueltica —murmuro, pensando que mis palabras quedarán atrapadas en el aire.

Pero no. Sus labios se curvan en una sonrisa pícara, y yo, en un acto desesperado por recuperar algo de dignidad, me hundo en la tina, deseando que el agua se lleve mi vergüenza con ella.

Escucho sus pasos acercándose.

"A ver, Ciara Emilia, deja la bobada. Compórtate como una mujer adulta. Recuerda que ese hombre es tu pase a la independencia total."

Me repito a mí misma, intentando controlar el torbellino de sensaciones que me provoca.

Saco la cabeza del agua y ahí está él, divino. Su presencia lo llena todo. La camisa hecha a la medida resalta su torso amplio, y las mangas arremangadas dejan ver sus antebrazos fuertes y definidos.

—Hola —digo, en un tono que oscila entre la timidez y la seducción.

—Hola, prrincesa Mérrida —responde con esa maldita R arrastrada que me hace estremecer.

Ese sobrenombre, que alguna vez me lanzaron en el colegio por mi cabello rojo, en sus labios suena diferente. Suena… bien.

—Hola, Ruso, ¿quieres un poco de vino? —pregunto, tomando mi copa con fingida calma.

Él asiente sin apartar sus ojos de mí.

Me enderezo un poco, alcanzo la botella y le sirvo. Solo cuando veo su mirada clavada en mi pecho, me doy cuenta de que la mayor parte de mis senos han quedado al descubierto.

Intento aparentar seguridad, relajarme. Pero por dentro, mi corazón late como un caballo desbocado.

No tengo la más mínima experiencia. Ni siquiera un beso. Todo lo que sé es lo que Pamela me ha contado en nuestras conversaciones sin filtro.

«"Cuando se excitan, su entrepierna se hincha", me explicó con toda la naturalidad del mundo. "Si es favorecido, parece la trompa de un elefante; si es promedio, una salchicha, y si es de los micro… bueno, un meñique"».

Y sin darme cuenta, mis ojos se clavan justo ahí.

Válgame Dios…

"Creo que es de los favorecidos."

—¡Oh, prrincesa Mérrida! ¡Sí que erres trraviesa! —su voz, profunda, sexy y humedecedora de mi zona íntima, me hace retirar la mirada de inmediato.

En un intento de disimular mi travesura, tomo la botella y bebo directamente de ella. Ya no sé si me queda algo de dignidad, o si esa palabra siquiera existe en mi vocabulario en este momento.

Me levanto lentamente de la tina, dejando que él aprecie cada centímetro de mi cuerpo. Él me mira, y en sus ojos puedo ver el deseo intenso de devorarme.

Todo ese autocontrol que intenta mantener se desmorona, y en un instante se lanza sobre mí como un animal salvaje sobre su presa.

—Yo querría irr despacio contigo, perro… erres toda una tentación, y no puedo —dice, antes de apoderarse de mis labios.

Mi cuerpo reacciona, por puro instinto, enrollándose alrededor de él, buscando más, buscando ese impulso que ahora parece incontrolable.

Sus manos fuertes se aferran a mi trasero y me lleva hasta el lavado. Allí, desliza sus labios por mi cuello, llegando hasta mi lóbulo.

—¡Erres la tentación hecha mujerr! Crreo que irré derrechito al infierrno —susurra su voz rasposa.

Sé que ya no soy dueña de mis sentidos ni de mis sensaciones. Este Ruso se adueñó de todo con solo mirarme.

—Yo iría gustosa al infierno solo para acompañarte —ahí está mi lengua moviéndose sin que mi cerebro procese las palabras.

—Me gustas, prrincesa Mérrida —dice mientras se desliza por mi cuerpo centellado miles de sensaciones que nunca antes había sentido.

Cada roce de sus manos en mi piel es un despertar de pasiones, susurros indestructibles.

Soy presa de los suaves movimientos que hace con su lengua en mi centro. Solo gruño de placer, sintiendo y rogando que no termine. Si el cielo existe… es este… en este lugar y momento... y con este hombre.

Mi cuerpo se contrae, sintiendo que está a punto de colapsar, pero aún así se niega a detenerse.

—Te quiero todo —grito desesperada.

"No importa que su elefante me traspase. ¡Lo quiero dentro de mí! Lo necesito."

—Tus deseos son órrdenes —dice llevándome en sus fuertes brazos hasta la cama.

En segundos, su ropa desaparece y la visión es aún más excitante, más deslumbrante. Su torso desnudo, me permite ver los surcos de su abdomen y el monstruo que escondía su ropa interior.

Mi piel se eriza y mis piernas se abren por instinto al verlo acercarse.

"Dios espero tengas compasión de mi apetito, pero quiero sentir ese monstruo que cuelga de su entrepierna."

Él se ubica en medio de mis piernas, siempre tratándome con calma, con delicadeza, como si de verdad fuera una princesa y no la puta que le está vendiendo su virginidad.

—Rrelájate, serrá un poco dolorroso, solo déjate llevarr —dice, acariciando suavemente con la yema de sus dedos mis senos.

Sus palabras parecen ecos lejanos; mis sentidos solo están concentrados en cada sensación que el Ruso me brinda, en cada espasmo que atraviesa mi vientre.

Siento cómo se desliza lentamente, y aunque intenta medir sus movimientos, su miembrø es un elefante que hace estragos en mi cavidad, golpeando la estrechez de mis paredes, pero esa intromisión hace que vibre cada partícula de mi cuerpo.

Siento cómo termina de hundirse dentro de mí. Un pequeño grito de dolor y placer sale de mi boca, mientras mis manos, que recorren torpemente su espalda, se aferran a él.

—¡Ay! —el sonido es ahogado por sus labios que se pegan a los míos.

—Disfrruta, vive el momento, no te contengas —susurra en mis labios y su aliento hace que mis deseos incrementen mientras mis caderas comienzan a seguir su ritmo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP