En la mañana siguiente, el conde estaba listo a primera hora, se sentía muy bien, se había puesto su armadura, y ya esperaba a François que todavía no llegaba, este fanfarrón todavía sigue dormido, pensó el conde, mientras tanto el conde miraba de nuevo hacia la colina,
François salió de la habitación, con la cabeza decaída, el sueño, y la pesadez le dominaban, ah, por mi mal, por mi desdicha, debí haber deshecho el convenio con los Monkan, estaría en París, en casa de mi madre, pero estaría a salvo, pensó François.
—vamos, dijo el conde con determinación, la bestia ya nos espera, y vos todavía tienes los ojos llenos de sueño, será mejor que te des prisa, traed mis armas, que no puedo esperar, ya deseo cazar esa bestia, insistió el conde Pierre de Monkan, —discúlpeme su señoría, respondió François, en seguida voy por vuestras armas, François corrió a toda prisa en dirección de la habitación, luego salió de nuevo, con la lanza, la espada, y la aljaba del conde.
El conde Pierre de Monk