Mila.
—Mila… matarás a todos… —deslicé mis ojos en el espejo y pasé un trago duro.
Y sí, había instado a Sara, a ella, que no necesitaba un pedazo de chispa cuando ya quería incendiar un bosque entero.
Además, el rojo no era mi color favorito, pero ella había insistido mucho en este. Y ahora que me lo veía puesto, tenía mis dudas.
El vestido era sujetado por dos tiras rojas diminutas, que iban crudas en el pecho a un solo hombro. La tela era de seda roja, estilo satinado, que se pegaba a mi cuerpo, hasta las caderas, y luego caía en las piernas con una abertura en medio de ellas.
Era estrafalario y seductor, y yo no acostumbraba a vestirme de este modo.
—Debe ser este… —Sara replicó.
Las sandalias rojas de un tono más oscuro que el vestido eran preciosas, y tenía unas piedras que resaltaban.
—Siento que es mucho…
—Dijiste… “Ayúdame” y no hay vuelta atrás… iremos a que te cambien el color de las uñas…
—No hace falta…
—Si hace… —me giré hacia ella, y se sentó en el sofá—. Tamb