—¡Oye…! No entiendo qué quieres hacer… he caminado a ciegas durante mucho tiempo.
—Siempre te encantó este lugar…
—Pero no lo puedo ver… —Mikhail aún seguía atando la venda en los ojos de Mila, y dio unos pasos más con ella, sujetándola de la cintura.
—Poco a poco… he arreglado algo para ti… —Le quitó la venda de los ojos, y Mila soltó el aire, al ver desde muy arriba, en su catedral favorita de Moscú, la inmensa plaza roja, totalmente decorada con luces, y rosas rojas.
De hecho, desde su altura, ella podía ver cómo un río de rosas…
—A que… ¿A qué se debe? —estaban exactamente en el campanario de San Pedro, y Mila se giró hacia él.
—¿Te gusta o no? —Ella tenía los ojos nublados, mientras el aire ondeaba su cabello.
—Es bellísimo… —ella intentó abrazarlo, pero Mikhail la giró de nuevo hacia la plaza roja, y de pronto, todo se apagó, las luces, los faroles, y todo lo que había alrededor—. ¿Qué está pasando? —Mila se aferró a sus brazos, mirando hacia todos lados, cuando de pronto, mucho